Leto
Con una estética llamativa en su material promocional y con una temática llamativa para quien escribe estas líneas que incluye el disfrute del lado más melómano, resultaba difícil resistirse a esta propuesta que ha llegado a las carteleras españolas (aunque de forma muy limitada) este fin de semana. Hablo de Leto.
Situados a principios de los 80 en Leningrado, Viktor Tsoi es un joven músico que busca abrirse camino entre la escena rock de su país, un mundo ciertamente clandestino. Y la situación mejora cuando conoce a uno de sus ídolos, Mike, y a su esposa Natacha. Juntos formarán una relación muy especial que no solo se queda en lo musical donde se cimentarán como leyendas, sino que trasciende a lo personal.
Con el auge de los llamados biopics musicales o de los musicales más clásicos pero traídos con acierto a la época actual, uno podría esperar que Leto siguiera el esquema de cualquiera de ellos, con sus convencionalismos y el objetivo de que los espectadores abandonen la sala con una sonrisa, tarareando las canciones y bailando al son de la música. Pero la cinta de Sebrennikov se aleja de cualquier convencionalismo narrativo y estético que se podría esperar. El director apuesta por el uso del blanco y negro, como si se tratase de un recuerdo de los personajes principales y también con el objetivo de remarcar unos años grises en la URSS en los que la represión y la férrea mano de los políticos estaba a la orden del día, pero en la que al mismo tiempo hay un puntillo muy underground en la ciudad.
Sin embargo, no se trata en exclusiva de hacer un ejercicio de nostalgia, de denuncia social respecto a tiempos pasados o de un enaltecimiento de dos figuras musicales como podía suceder en la reciente Bohemian Rhapsody. El director le permite tener a la historia una anarquía y ruptura con lo establecido, en consonancia con la música rock y punk que tanto predica el filme. Es ahí pues cuando se producen escenas musicales que tienen como protagonistas a grandes clásicos de la música anglosajona y que parecen un videoclip en directo, ayudado de grafismos, efectos con los colores similares o los de Sin City e incluso ruptura con la cuarta pared. Puede chocar un poco al principio, pero para el final de la escena uno no puede evitar caer rendido ante ella.
Y hablando de la música, los mejores momentos de Leto son aquellos en los que la música adquiere un papel principal. No tanto las mencionadas escenas musicales más propias de la ruptura y de una ilusión, sino aquella en las que se ve un concierto. Ya sea en un gran recinto, desde la perspectiva de un backstage, en la playa, en el estudio o incluso en un concurrido salón. Desde luego que hay algunas más espectaculares y vibrantes, pero consiguen su cometido con matrícula de honor.
Respecto al trío protagonista, todos están perfectamente escogidos y son tan diferentes entre sí que cuando están juntos, la suma de las partes forma un equipo que, si bien no inventa la rueda, es ciertamente interesante de ver cómo se van desarrollando la relación. Viktor como el chico que comienza su andadura algo tímido, pero a medida que se va adentrando en el mundo que quería va sacando su personalidad, Mike como el músico de renombre volcado en su música y en la música extranjera y Natacha como la chica dulce e inquieta atrapada en medio de ambos. Y a pesar de lo sugerido en párrafos anteriores, aquellas escenas en las que se va gestando la relación entre todos ayuda a la narración y no resulta pesado de ver.
Al final, Leto, el título de la película es el reflejo de esta. El verano es una época de cambios, de disfrute, de vivir cada día como si fuera el último sin ninguna clase de complejos, de intentar encontrarse a uno mismo y de pensar que todo futuro que venga será mejor. La ilusión y la ingenuidad de la juventud están ahí y es algo con el que todos pueden identificarse procedan del país que procedan. Y con sus contradicciones y sus inquietudes propias del pueblo ruso, muestra una historia que sea más ficticia o no, anima a indagar en ella.