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Los climas

Con las elevadas temperaturas que la mayor parte del hemisferio norte estamos sufriendo durante esta temporada, se antoja un plan apetecible ver algo que contenga un clima más frio, ya que supone un pequeño alivio que es bienvenido. E indagando sobre qué película podría cumplir más o menos con tan sencilla característica, esta me llamó la atención.

Isa es un profesor universitario de arqueología y Bahar es una mujer que trabaja detrás de las cámaras en la industria televisiva turca. Ambos disfrutan de unas vacaciones veraniegas en la costa sur del país, pero su relación está atravesando un momento muy difícil, donde parece que cualquier rastro de amor que quedase entre ellos se ha esfumado. Al ver que las cosas no mejoran, Bahar decide tomarse un tiempo de la relación, dejándolos a ambos reflexionar sobre lo que realmente quieren durante las siguientes estaciones del año.

Si hay algo que queda muy claro nada más comenzar la cinta es que el director está más interesado en construir imágenes que en desarrollar una narrativa compacta, generando así un contenido que es más forma que sustancia, pero una forma muy particular. Se pueden encontrar las características de autor y de cine independiente de planos muy alargados y conversaciones cotidianas entre el metraje, dilatando el tiempo a niveles que a más de un espectador se le pueden hacer insoportables. Pero todo ese empaque no es más que un mero envoltorio muy bien estudiado en el que las estaciones del año se amoldan a los sentimientos de los personajes.

La primera toma de contacto que tiene el público con la pareja es en verano, donde en teoría todo debería ser alegre y desenfadado. Sin embargo, el ambiente es tenso, pesado, como si el mismo calor fuese una losa sobre el ambiente volatilizándolo todo, provocando que los personajes suden literal y metafóricamente y que esa losa pese más a través de todo lo que no dicen las palabras. De un sofocante calor veraniego se pasa al otoño, donde Isa se va encerrando más sobre sí mismo con sus inquietudes, dejando que de vez en cuando las lluvias limpien toda la suciedad que lleva encima pero también dejando que esos tormentos y ese autofustigamiento afloren como un torrente con quien no debe, generando una imagen muy desagradable, prolongada y gratuita digna de Gaspar Noe en Irreversible. Finalmente llega el invierno, con una abundante nieve que no hace más que acentuar la soledad de los personajes, donde buscan desesperadamente un refugio y donde quedan minimizados respecto a su entorno, dando a entender que cualquier tipo de reconexión se antoja lejana por no decir imposible, pues mucho ha llovido y tanto Bahar como Isa están muy alejados el uno del otro.

Los climas

Más allá de la mimetización climática con el mundo interior de la pareja, el peso más que en los diálogos recae en los silencios entre ellos dos, donde importa más todo aquello que no se termina de verbalizar y sin embargo, a medida que avanza el metraje, resulta comprensible en su totalidad el porqué Isa y Bahar se comportan de la manera en la que lo hacen y como sus pequeños gestos son capaces de trasmitirlo todo: La amargura, el odio, la frustración o la derrota. Y estas sensaciones también se consiguen intercalando los planos más abiertos y generales de las localizaciones con aquellos primerísimos planos que les dan todo el protagonismo al rostro de ambos, especialmente en el caso de Bahar, donde la propia Ebru Ceylan aguanta todos esos primeros planos con una naturalidad y una transparencia asombrosas.

Sin embargo, su nudo por mucho que invite a la reflexión y al dejar al personaje de Isa buscar su camino se siente alargado de más, causado por la a veces exasperante dilatación temporal, y que tal vez no hacía falta tanto metraje para contar todo lo que pretende, dado que las claves del filme tienen lugar en el primer y tercer acto. Eso y el hecho de que durante el segundo acto Isa tiene el total protagonismo, dejando de lado el punto de vista Bahar aunque bien puede encajar con todo ese juego de la película de darle más importancia a aquello que no se dice y que no se ve. Requiere de cierta paciencia, pero al final cuando llegan los créditos las imágenes permanecen en la retina, y el poso de amargura inherente que contiene la película también, quizá durante días.

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