Madre e hijo
Madre e hijo fue la ganadora del Oso de Oro en la 63 edición del Festival de cine de Berlín. Dirigida por Calin Peter Netzer y protagonizada por Luminita Gheorghiu, narra la relación entre una madre y un hijo de una familia rica, situándose en el momento en que éste último es detenido por ser el causante de un atropello mortal de un niño, mostrando como la madre usa todos los métodos posibles para evitar la cárcel a su retoño.
No es lo que parece, esta es la frase que resume la película.
En un principio, es fácil deducir que lo que vamos a ver es una historia tormentosa sobre la relación de su madre con su hijo. La oscuridad presente en la imagen junto con la inquietud que provoca el hecho de que la cámara esté permanentemente en movimiento, inducen a esa idea. Pero a medida que van pasando los minutos nos encontramos con que la relación expuesta es la más habitual que se puede producir. Una madre preocupada por el bienestar de su hijo, en exceso puede, pero es una madre centrada en su hijo único. Más que esta situación, lo que sorprende es el comportamiento del hijo que pasa a convertirse en un personaje desagradecido, que no pasa de ser más que un niño mimado que ni el mismo sabe lo que quiere. Así pues, la fuerza de la película no se encuentra en el desestructurado vínculo de la pareja protagonista. Tampoco reside en los personajes colindantes, ni en las insinuaciones de que el amor madre e hijo pueda ser algo más, ya que queda en eso, en insinuaciones breves que desaparecen como el humo, así como lo hacen el resto de personajes. El padre, la tía y la esposa del egocéntrico vástago pasan casi siendo meros figurantes cuyas acciones simplemente complementan. No provocan giros ni acciones decisivas o ni tan siquiera interesantes, ni mucho menos los resuelven.
La corrupción mostrada tampoco sienta ningún tipo de base. No se adentra demasiado en ella. Se convierte en un simple velo que tiñe las acciones de la madre.
La verdadera fuerza yace en los sentimientos e interpretaciones. Un espectacular tramo final resucita el resto de visionado. Sin excesivas palabras, sin excesivos movimientos. Los básicos, los necesarios. La culpa, la compasión, la ternura, la complicidad, todo sale a la luz a borbotones presionando y oprimiendo nuestra conciencia. Sentimientos que obligan a los personajes a ser conscientes de sus actos, de lo que han provocado y de lo que sus semejantes sienten y padecen, ya sean víctimas inocentes o verdugos involuntarios. Un tramo final que es un sablazo de vida y de puro sentir.