Con sus dos últimos trabajos, Sin novedad en el frente y Cónclave, Edward Berger se convirtió en un realizador al que conviene seguirle la pista. No en vano, las mencionadas películas estuvieron nominadas en los Oscars en sus respectivos años y demostraron ser trabajos más que solventes aun siendo muy diferentes entre ellos. Curiosamente, ambas cintas eran adaptaciones de novelas, una ruta que se mantiene con su trabajo más reciente. Y aunque todavía es pronto para saber cuál es la suerte que correrá su nuevo filme, todo para indicar que el éxito cosechado a nivel de galardones en esa ocasión va a ser anecdótico.
Basada en la novela homónima de Lawrence Osborne, la historia sigue a Lord Doyle, un jugador con una muy mala racha y unas deudas millonarias que se acumulan sobre sus hombros, que se esconde en Macao donde sus noches llenas de excesos amenazan con llevarse por delante lo último que le queda. Pero Lord Doyle recibe una oferta inesperada de una de las empleadas del casino, una oferta que podría ser la clave para su redención.
He de aclarar que no estoy familiarizada con la novela original, por lo que en este caso mi opinión solo está ligada a la película. Sin embargo, desde sus primeras secuencias es fácil intuir su inspiración literaria gracias al marcado uso de la voz en off, un recurso que afortunadamente sirve solo para marcar los primeros compases de presentación de personaje para luego desaparecer. Y lo cierto es que la cinta comienza con buen pie, poniendo las cartas sobre la mesa (y nunca mejor dicho) sobre el histrionismo y el caos que capta inmediatamente la atención de los espectadores. Pero por desgracia, todo ese frenetismo pronto da paso a subtramas algo más extrañas o no del todo bien cohesionadas, ocasionando que el ritmo se convierta en un valle con picos y bajadas pronunciadísimas. Lo que con un primer vistazo podría ser una historia de una hazaña imposible en un casino toma una deriva nada clara, con personajes secundarios cuyo propósito no termina de estar claro, el supuesto objetivo de Lord Doyle parece diluirse y la incertidumbre se alza sobre el horizonte, no el buen sentido.
Sin develar muchos detalles de la trama o su misma resolución, hay detalles de la historia que tal vez hubiesen funcionado mejor si se tratase de una producción hecha en Asia, especialmente en Corea del Sur, pues son expertos en mezclar géneros, temas que aparentemente no tienen nada que ver y llevarlos a muy buen puerto. Si se busca hilar muy fino, la película podría beber de esa idiosincrasia, pero su resultado acaba siendo fallido por no saber medir sus ambiciones ni reconducirlas. No ayuda que de cara al tercer acto la ambigüedad haga acto de presencia hasta el final, y por mucho que se le quieran agregar capas interesantes como lucha de clases o incursiones sobre el folklore chino, resultan insuficientes si al final del día no terminan de estar bien integradas en la trama.

Pese a que su historia no termine de ser todo lo interesante que prometía, el apartado técnico es impecable, especialmente en lo que respecta a fotografía, montaje y banda sonora. La fotografía de James Friend está cargadísima de vibrantes colores neón, con estímulos y fastuosidad por todas partes y que va en consonancia con esa situación en los casinos. El montaje durante las escenas de acción logra transmitir toda la tensión que necesita la historia, y lo mismo sucede con las escenas que tienen lugar con el juego del casino, donde la tensión es incluso mayor. Y para poner la cereza sobre el pastel, la banda sonora a cargo de Volker Bertelmann acentúa aun mas la tensión.
Y al igual que todo el apartado audiovisual es de lo mejorcito que ofrece el filme, lo mismo se puede decir de la interpretación de Colin Farrell como Lord Doyle, un personaje completamente entregado a los excesos, con el que resulta difícil empatizar debido a que sus intenciones quedan difusas y que su camino hacia la redención es desde luego un viaje febril, uno donde Farrell lo da todo sin ningún miedo al ridículo.
En resumen, se trata de una historia que promete más de lo que termina ofreciendo, y donde tristemente el envoltorio está muy por encima del contenido.











