Nosferatu (2024)
Como persona que siente una profunda admiración por toda historia relacionada con vampiros, entiendo perfectamente que la historia de Drácula sea tan fascinante como atemporal, de ahí que cada cierto tiempo, cada generación tiene una nueva versión de Drácula, o por extensión de Nosferatu, la primera adaptación no oficial de la novela de Bram Stoker, pilar fundamental del expresionismo alemán a cargo de F.W. Murnau y germen de la mitología e iconografía vampírica en el séptimo arte. Cada director y cada actor que ha contado su versión de la historia original ha logrado dejar huella, ya sea por las decisiones estéticas, narrativas o interpretativas, fruto de una época particular aderezada con subtexto. Los ejemplos hablan por sí solos: Murnau y Max Schreck, Tod Browning y Bela Lugosi, Terrence Fisher y Christopher Lee, Werner Herzog y Klaus Kinski o Francis Ford Coppola y Gary Oldman, y ahora por supuesto a la lista se suman los nombres de Robert Eggers y Bill Skarsgard con Nosferatu (2024).
Basada en la célebre película Nosferatu de F.W. Murnau de 1922 que a su vez toma la historia de Drácula de Bram Stoker, se trata de una historia de obsesión perversa entre Ellen, una joven de la Alemania del siglo XIX y el Conde Orlok, un antiguo vampiro originario de Transilvania que la acecha y siembra el terror y la muerte allá por donde pasa.
Si uno echa la vista atrás respecto a la filmografía de Eggers, se dará cuenta rápidamente de la importancia que le confiere este director a las atmósferas y ambientaciones de sus historias, hasta el punto de que esa imagen es un protagonista más o incluso el más importante. Para Nosferatu (2024) esta importancia sigue siendo primordial, bebiendo directamente del referente de Murnau con su expresionismo alemán y potenciando el uso de las sombra siniestras y alargadas, cuidando hasta el más mínimo detalle de la ambientación en cuanto a los escenarios palpables con todos los artefactos intrínsecamente diseñados para el filme, el grandilocuente vestuario y peluquería muy notable cada vez que Ellen aparece en pantalla o la exquisita fotografía deudora del romanticismo y del terror gótico con una textura donde parece que la lente esté tapada con redes o telas de araña, confirmando las sensaciones de estar ante una historia surrealista y con halo de pesadilla, conjurando a partes iguales lo bello y lo grotesco donde la luz y la oscuridad están cuidadas al milímetro y cada fotograma parece una pieza de orfebrería.
Con el amor que profesa Eggers por las épocas pasadas y su afán por mantener la precisión histórica, es admirable que en su versión de Nosferatu en el viaje de Thomas a lo largo de Transilvania se detenga tanto en los rituales paganos y de los pueblos gitanos, en sus supersticiones y en toda la mitología que rodea a los strigoi, preparando el terreno para lo que le espera a Thomas una vez se encuentre con el Conde Orlok en su temida morada. Es notable también el subtexto que le otorga a toda la trama o subtrama de Ellen, claramente en consonancia con la época victoriana, el deseo sexual femenino reprimido, la pureza que lo empapaba todo durante el siglo XIX o la importancia que se le condecía al pensamiento racional frente a cualquier invención fantástica o espiritual. Todo está perfectamente integrado a lo largo del metraje por mantener el realismo.
Sin embargo, su obsesión por mantener todo el ambiente tan fidedigno termina siendo un arma de doble filo, especialmente en lo que se refiere a la representación del Conde Orlok, tan bien escondida en todos los materiales promocionales de la cinta. Se puede entender y apreciar su intento por ofrecer su propia versión del vampiro, alejado del icónico personaje encarnado por Max Schreck y posteriormente por Klaus Kinski, con las orejas puntiagudas, grandes ojos y un par de colmillos situados en el centro de la boca, sobresaliendo como agujas y por encima de todo, resultando aterrador con su mera presencia sin articular palabra. Un monstruo repulsivo capaz de colarse en cualquier pesadilla y del que incluso Stephen King se inspiró como antagonista de su espectacular novela El misterio de Salem’s Lot, creando traumas para otra generación. Eggers desde luego quiere que su criatura sea un ser repugnante, una cosa hedionda y antinatural que no debería existir y que es el rostro de la muerte. El aspecto de este Conde Orlok sería el de un noble rumano de la época como una grotesca criatura de ultratumba con lo que eso supone. El trabajo de Bill Skarsgard para encarnar a este ser en cuanto al tono de la voz y desaparecer para dar vida al personaje es impresionante, pues si no fuera por los créditos ni se sabría que es él. Pero, y es un pero grande desde mi perspectiva más personal, el acento del este bordea la fina línea entre el homenaje al Drácula de Bela Lugosi y la parodia de como sonaría un vampiro, diluyendo mucho la esperanza de resultar aterrador a toda costa.
En cuanto a la historia, nuevamente todos los directores que han tocado la historia de Drácula o de Nosferatu han sabido darle una sea distintiva a la novela de Bram Stoker, ya fuera dándole un tono más romántico, cambiando el devenir de algunos personajes pero manteniendo fiel la esencia de la novela o comentando las inquietudes de los tiempos en los que fueron concebidas como la siempre presente plaga que en la actualidad funcionaría como comentario acerca de la pandemia, especialmente con las reacciones tan viscerales de algunos personajes. El mayor aporte de Eggers para esta ocasión es fusionar la historia de Stoker y poder expresar visualmente el calvario y la represión de Ellen con otro clásico del cine del terror, El Exorcista. El compromiso físico de Lily-Rose Depp con los espasmos, los ataques epilépticos y sonambulismo es encomiable, poniéndola desde muy temprano en un estado perpetuo de tensión y agotamiento, brindando escenas de una dualidad que retrotraen a la cinta de William Peter Blatty.
Además de Skarsgard y Depp, actores como Nicholas Hoult como Thomas o Willem Dafoe complementan a la perfección con su trabajo. En el caso de Hoult su dedicación a Ellen y el amor que le profesa traspasa la pantalla, y su perpetua cara de angustia y horror tras haber sido invitado del Conde es sus dominios hiela la sangre. Por su parte, Dafoe como el Profesor Von Franz es capaz de aportar una ligera pizca de humor al ambiente tan lúgubre, especialmente con sus últimas escenas demostrando que a pesar de todo se lo ha pasado bomba con su personaje.
Puedo apreciar las manías de Eggers en cuanto a la estética tan marcada y que prime sobre la historia. Sin embargo, contando con las películas que se pueden denominar como sus predecesoras y las que el mismo rinde homenaje, a Nosferatu (2024) le falta un “algo” para terminar de ser sobresaliente y que no sea el marco el que acabe devorando al contenido.