Oxígeno
Entre otras de mis muchas debilidades, las historias en una única localización con un elemento que suponga una fuente de tensión inagotable son una de ellas. Echando un vistazo a lo que proponía la película de hoy y viendo que detrás de ella estaba Alexandre Aja, otro director por el que siento debilidad, era cuestión de tiempo que me pusiera con ella para ver si las expectativas estaban a la altura.
Una mujer se despierta en una cámara criogénica sin recordar cómo ha llegado ahí y tampoco recuerda nada sobre ella. Pero la pérdida de memoria no es su problema más grave, pues las reservas de oxígeno se le están agotando.
Se trata de una sinopsis muy escueta, pero como suele ser habitual, la brevedad del planteamiento más que con la sencillez del argumento tiene que ver con que se trata de uno de esos casos en los que es mejor saber lo esencial, pues a medida que avanza el metraje se le revelan al espectador varias sorpresas. Y lo cierto es que la referencia más clara nada más comenzar la cinta es Buried (Enterrado) al tratarse de una situación claustrofóbica y a contrarreloj de vida o muerte, solo que, al estar en un espacio más tecnológico, la tensión no es la única baza con la que juega. Además, ese envoltorio más tecnológico y casi futurista que tiene la cámara da la sensación de que podría tratarse de un capítulo de Black Mirror.
Uno al ver la duración de la película podría llevarse las manos a la cabeza creyendo que dicha premisa no da para tantos extenderla o preguntándose que piruetas argumentales van a tener que dar el director y la guionista para justificarla. Por fortuna, cuando el filme parece que ha llegado al punto de estancarse y seguir un camino lineal más propio del thriller, los giros de guion hacen acto de presencia. De este modo, el interés del espectador se recapta, los datos que se habían aportado con anterioridad adquieren un nuevo significado y se abren horizontes nuevos que, sin hacer muchos spoilers, están más encuadrados dentro de la ciencia ficción y algún que otro sobresalto donde se coquetea con el terror, similar a lo que hacía Alexandre Aja con Infierno bajo el agua, donde sabía a la perfección en qué momento sorprender con un pequeño sobresalto, fruto de su trayectoria en el cine de terror.
Dado que la mayoría de la acción en una sola localización, es importante que no solo el guion de unas vueltas de tuerca, si no que el empaque audiovisual no se haga monótono, por lo que se aprovechan todos los recursos que podría ofrecer una cámara criogénica médica de última generación. Asimismo, se permiten hacer movimientos con la cámara que recorren toda la instalación, cuando hay que incrementar la tensión el montaje se vuelve más frenético y se tira más de planos cortos; o con una pequeña conexión a lo que parece ser el exterior, la cámara gira sobre su eje, generando otro tipo de tensión y resultando más dinámico el ritmo, por mencionar un ejemplo.
Al estar ella sola en la cápsula, es de alabar el trabajo de Mélanie Laurent como la misteriosa mujer. Además de sostener los primerísimos planos, su personaje lleva a los espectadores de la mano por su viaje de angustia, desesperación e intento de supervivencia ofreciendo una interpretación muy solvente. Y hay más personajes aparte de ella, aunque sus presencias son más bien testimoniales, pero destaca la voz de MILO, el sistema de la cámara criogénica que da también bastante juego y uno nunca sabe si fiarse del todo de él, como si tratase de una maligna inteligencia artificial.
Finalmente, para una propuesta tan contenida se le extrae el máximo jugo a base de giros argumentales bien traídos, solo que sí es cierto que la duración podría haberse acortado un poco más que el resultado habría sido más redondo. Y considero que el final para toda la angustia que se había mostrado podría haber sido muy diferente. Pese a todo, no deja de ser un ejercicio notable lleno de sorpresas y muy bien empaquetado.