Pickpocket
Año 1959, el director galo Robert Bresson autor de películas como Al azar de Baltasar, Un condenado a muerte se ha escapado o Mouchette, dirige otra de las obras que serán clave en su corta pero intensa filmografía, Pickpocket.
La sencillez, que no simpleza, de la película es abrumadora empezando por el argumento. Michel es un joven que como modo de vida se dedica al carterismo. Poco más hay que decir. Durante la película vemos como va aprendiendo el oficio y su trayectoria dentro de este mundo. A partir de ahí la complejidad que se desarrolla ante nuestros ojos en todos los aspectos no deja de sorprender ni por un momento.
En el terreno interpretativo, los actores, que no son actores profesionales, desempeñan a la perfección su papel desprendiéndose de su trabajo un vacío emocional que deja perplejo.
En cuanto al guión, ese mismo vacío se inmiscuye dentro de la amoralidad del personaje. En una escena de la película Michel dice que el hecho de que sepamos que algo está mal hecho no impide que lo realicemos. Él se dedica al hurto y sabe que está considerado algo fuera de la ley pero Michel sigue su propia moral y se dedica al carterismo, a aprender el oficio como quien aprende un verdadero arte. El joven puede perfectamente trabajar, de hecho lo hace, pero la atracción que siente por el hurto no la encuentra en ningún otro sitio.
Pero el choque más visceral entre sencillez y complejidad de la película se produce en el plano técnico. Sin grandes artificios Bresson desarrolla un montaje exquisito lleno de planos perfectamente cuidados con sonidos que acompañan al apogeo de cada acción. Composiciones tan asombrosamente milimétricas que casi parecen imposibles.
Pickpocket es el claro ejemplo de la frase que el arquitecto alemán Mies Van Der Rohe acuñó en su momento de menos es más. Trabajando sobre lo básico el director obtiene la más absoluta complejidad estética, filosófica y argumental.