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Rivales

Si hay una palabra con la que definir la filmografía de Luca Guadagnino seria eclética, pues con cada proyecto nuevo nunca se sabe por dónde va a salir el realizador italiano. Un coming of age relacionado con el descubrimiento sexual entre dos hombres, el remake totalmente distanciado en estética de un clásico del giallo o una road movie con caníbales como protagonistas son los últimos trabajos de Guadagnino, donde ninguno tiene que ver con el otro. Y sin embargo siempre sus películas consiguen llamar la atención por esa variedad y planteamientos cuanto menos interesantes. Su último trabajo entonces no iba a ser la excepción.

Tashi Duncan en una prodigiosa ex jugadora de tenis reconvertida en entrenadora de su marido Art Donaldson, también un famoso jugador de tenis. Después de una lesión y una racha de derrotas, la idea de Tashi para devolver a Art a la primera línea del juego es inscribirlo en un torneo Challenger donde se reencontraran con Patrick Zweig, el ex mejor amigo de Art y ex novio de Tashi.

Es bien sabido que hay deportes que cinematográficamente resultan más estimulantes a la hora de ser filmados en el caso de la ficción o de ser retransmitidos en el caso de un partido o una competición real. El tenis por sus propias características del juego no es especialmente interesante a la hora de ser filmado o retransmitido. Con esto no quiero decir que no haya partido de tenis que resulten apasionantes y tensos hasta el último set, es simplemente que tal vez alrededor de un partido de tenis no se pueda poner tanto despliegue técnico como por ejemplo en el fútbol que si puede resultar más inmersivo, dejando el seguimiento del tenis a una menor escala. Por eso el interés que logra Guadagnino sobre la pista a través de las relaciones de los personajes es tan meritorio.

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El guion toma la acertada decisión de contar la historia de manera no lineal, haciendo que la tensión vaya generándose poco a poco de manera muy orgánica respecto al propio juego y respecto a Tashi, Art y Patrick. Mientras el filme comienza en pleno partido, ya una situación con cierta tensión, la historia va dando saltos para incidir en qué punto de ebullición se encuentran los personajes. El público es testigo de la fricción entre Tashi y Art, de como la distancia parece haberse apoderado del ambiente entre ellos por las formas tan diferentes que tienen de afrontar el deporte. Ella queriendo la gloria y el éxito por encima de todo y él simplemente queriendo contentarla, jugando no solo por él sino como indica Art, jugando por dos. Tan solo por la forma de comunicarse, o mejor dicho, del silencio que se forma entre ambos con las primeras secuencias es suficiente para dar a entender el tipo de relación que manejan. Lo mismo se aplica para Patrick, quien en la línea del presente no queda ninguna duda el porqué es tan importante para él ganar el torneo.

El presente y el pasado se intercambian de manera intermitente, de modo que algunos de los hechos o suposiciones que se podían creer como verdaderos no tardan en dar un vuelco para enseñar con más matices el cuadro completo de este complejo y sensual triángulo amoroso. Porque como bien dice Tashi a lo largo del filme, el tenis no es más que una relación entre las dos personas que juegan en el campo. Y todas las frustraciones y deseos que los tres mantienen fuera del campo juegan un papel crucial en su desempeño dentro de la pista. El guion, el frenético montaje y la dirección de Guadagnino logran un perfecto equilibrio entre la tensión del tenis, la tensión entre los tres personajes huyendo de cualquier tipo de maniqueísmo y la sutil pero siempre presente sensualidad que impregna todo el relato, haciendo que las dos horas de película sean siempre un deleite y que pese a algún altibajo se pase en un abrir y cerrar de ojos.

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Al comentar tres personajes, es evidente que son ellos tres quienes son los pilares fundamentales de la cinta. Zendaya como Tashi incapaz de vislumbrar un resultado que no sea el éxito total y absoluto en forma de victoria, Mike Faist como Art, aparentemente más manejable y con un aspecto más bondadoso pero en el fondo dispuesto a todo con tal de salirse con la suya; y Josh O’Connor como Patrick, en teoría con una actitud un poco más chulesca y confiada pero que no tarda en caer rendido a los pies de Tashi, aunque con ciertos matices. Los tres actores ofrecen un fascinante recital entre esta complicada pero efervescente relación, así como una entrega física palpable hasta el punto de que parecen jugadores profesionales. Y personalmente diría que aquí hay una cuarta parte a ese triángulo, convirtiéndolo en un cuadrado con cuatro pilares básicos que hacen que la película funcione de la manera que lo hace, y no es otro que la banda sonora a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross a base de sonidos tecno de los 90, el que podría su mejor trabajo desde La red social y que automáticamente hace que cualquier escena se vuelva electrizante.

En resumen, se trata de una película que aparte de su magnífica conjunción entre el deporte y las relaciones personales, en todo momento resulta 100% entretenida gracias al saber hacer de todos los implicados, desembocando en el que posiblemente sea el final más tenso del año pero también el más satisfactorio. No se le puede pedir más.

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