Skinamarink
Curiosamente, a la hora de enfrentarme a películas que reúnen tanto seguidores como detractores suelo situarme en una posición intermedia. Con la cinta de hoy estaba sobre aviso de que se trataba de algo muy experimental y que tendría que enfrentarme a uno de esos casos que podría defender a capa y espada o exclamar a viva voz que se trata de un disparate hecho de puro humo. Y nuevamente, tras haber visto la película puedo afirmar me hallo en una posición donde entiendo los dos puntos de vista, aunque quizás inclinándome con ligereza hacia las opiniones más negativas.
Kyle y Kaylee son dos hermanos pequeños que se despiertan en mitad de la noche buscando a su padre sin éxito y que las ventanas y las puertas de su propia casa han desaparecido.
Con la irrupción en el panorama audiovisual de productoras como A24, el cine de terror más de autor e incluso más experimental ha dejado de ser la excepción para ser una especie de subgénero en sí mismo, donde cada año se presenta ante el público un nuevo proyecto que genera opiniones para todos los gustos. Pero más allá del debate que se pueda generar en torno a la estética o la narrativa de dichos filmes, uno puede ver que hay una intención de contar una historia detrás, algo que resulta bastante discutible con el largometraje de Kyle Edward Ball.
Al comenzar uno puede entender que quiera jugar en la liga del found footage, concretamente de buscar las sensaciones de angustia más primaria que generaban pioneras exitosas como El proyecto de la bruja de Blair o Paranormal Activity. No es secreto para nadie que este formato es increíblemente efectivo y muy rentable, pero que dentro del terror son pocas las obras que realmente se puedan catalogar como sobresalientes por entender el formato y las claves del terror más que por buscar sustos sencillos. Skinamarink en parte entiende los terrores más primarios que puede tener un niño como son el miedo a la oscuridad y los comportamientos extraños de los progenitores, pues se trata de terrores que aunque aparezcan a tan temprana edad pueden quedarse enquistados para el resto de los días si de joven se tiene una experiencia traumática.
Como premisa es algo que debería funcionar a las mil maravillas: poner a niños en el centro de la acción para explorar una pesadilla universal. Incluso formalmente con la técnica del found footage y con esos ángulos aberrantes, esos planos largos hacia la nada de la oscuridad dentro de una casa y con el poder que se le concede al fuera de campo las sensaciones de pesadilla surgen por sí solas. Sin embargo todo ese concepto se queda en eso mismo, un concepto, una idea, o mejor dicho un cúmulo de ideas que requieren que el espectador haga todo el trabajo de reconstrucción con el fuera de campo durante todo el metraje poniendo a prueba la paciencia de los espectadores más curtidos. Sí, el malestar y el horror a lo desconocido por lo que no se puede ver están bien presentes, pero si esos son los únicos cimientos sobre los que se sostiene la película es inevitable que al final el resultado no sea tan sólido.
Por supuesto que tiene toques muy inspirados que bordean el jumpscare debido al trabajo previo de construcción de una atmósfera y el dejar que la imaginación del espectador se emparanoie temiendo lo peor, especialmente en la segunda mitad de la cinta con casi parpadeos en los que es conveniente prestar atención o los ojos se habrán perdido lo que creen haber visto, casi como si se tratase de un fotograma subliminal, haciendo que el visionado de por sí sea algo inquietante al no saber a qué atenerse. Es tan solo que quizás se pasa de experimental y cuesta mucho encontrar la sustancia en medio de todas las formas, quedándose más en un concepto que en una idea narrativa sólida.