Somos la noche
Todos tenemos nuestras debilidades en cuanto a ficción se refiere. Puede ser un género determinado, un subgénero, alguien delante o detrás de las cámaras que sabes con certeza que va a levantar un proyecto con solvencia o un elemento de la historia que sea clave para captar la atención. En mi caso insistiré por activa y por pasiva que mi gran debilidad son los vampiros en casi todas sus formas y versiones, y dado que una es una mujer de costumbres, iba siendo hora de seguir explorando alguna película donde estas celebres criaturas de la noche fuesen las protagonistas.
Durante un fiesta clandestina, Louise, la líder de un pequeño grupo de vampiras, se fija en la joven Lena y decide morderla, otorgándole el don de la inmortalidad desde ese preciso instante. Al principio a Lena le resulta una bendición disfrutar de esa nueva vida nocturna con su nuevo grupo de amigas, pero esa bendición inicial se convertirá en una maldición cuando Lena no pueda soportar los instintos más primarios de sus compañeras. Por si fuera poco, comienza a desarrollar sentimientos hacia Tom, un joven policía, que no hará más que complicar su nueva situación y la de su grupo.
El comienzo de la película ciertamente es inmejorable. Por un lado, se tiene la presentación del grupo de vampiras, cuya introducción parte de un breve recurso más clásico e incluso literario, jugando con las expectativas del público para desembocar en una escena mucho más contemporánea pero igual de contundente y muy autoconsciente de su humor. Por otro lado y completamente aparte, la presentación de Lena gracias a una impecable y adrenalínica escena de acción como en ocasiones tan bien saben hacer los alemanes en casos como Victoria o Corre Lola, corre, sienta a la perfección las bases de su personajes y los posteriores conflictos que van a surgir a lo largo del metraje. En líneas generales todo el primer acto es lo suficiente estimulante con sus homenajes como el de la fiesta clandestina que por momentos puede remitir a Blade, con su diseño de producción de interiores más recargados y su montaje más propios de los videoclips de principios de los 2000 que para una cinta que se maneja entre no tomarse demasiado en serio a sí misma y poner cuestiones interesantes sobre la mesa y con un buen ritmo hasta que las dos tramas principales se fusionan tal y como estaban destinadas a hacerlo.
Al adentrase en el segundo acto, la mitología de las vampiras va desenvolviéndose con soltura, siguiendo el patrón establecido de establecer las características más clásicas de los vampiros llevadas al mundo moderno, al Berlín actual para ser más específicos, con toda la fiesta, la vida nocturna, la adrenalina y también la exploración de algunos bajos fondos, por lo que conviven en buena armonía la vertiente más realista y lúgubre de la ciudad al salir de las cuatro paredes frente a la más barroca del pequeño mundo que han construido este limitado grupo de vampiras, dedicándose a vivir sus vidas (si es que se les puede llamar así) con absoluto hedonismo regalando los mejores momentos cuanto están juntas poniendo en práctica sus habilidades o rindiéndose ante sus apetitos, por lo que este pequeño esqueleto del filme coincide con los mejores momentos de Jóvenes y brujas, donde sus personajes brillaban más juntas que separadas y con el mismo tono desenfadado.
Y a medida que la mitología va desentrañándose más, se llega a una de las mayores sorpresas de la cinta y gran punto de inflexión. Pues en este mundo la sociedad vampírica es escasa pero es íntegramente femenina, por lo que cualquier irrupción en dicho mundo de procedencia masculina es impensable y tal y como se deja entrever a lo largo del filme, perjudicial por una buena serie de motivos. No solo es que el personaje de Tom le suponga a Lena un recordatorio de su vida pasada y de la humanidad que puede perder (el hecho de que sea policía no es casual, pues es la mejor profesión para mantener el orden frente al caos y que además el dato funciona a la perfección a la hora de generar tensión), sino que amenaza con derrumbar los cimientos sobre los que está construido todo ese inframundo además de poner en jaque el deseo principal de Louise: el tener una compañera que la quiera incondicionalmente por toda la eternidad.
“Cuanto más malo es un hombre, más dulce es su sangre”
Como no podía ser de otro modo, ese grupo de vampiras aunque pueda resultar tópico está integrado por chicas cuyos aspectos, personalidades y circunstancias de estar allí no podría ser más variopintas: Louise, la líder del grupo, que en teoría puede parecer fría y calculadora cuando realmente lo que más anhela es alguien que la comprenda por lo que vive sin pausa buscando a la elegida; Nora, la más excéntrica y vivaracha de todas que disfruta por completo de su naturaleza sin remordimientos; Charlotte como la versión más elegante, culta pero también melancólica de los vampiros y por supuesto Lena, quien si bien tras esa transformación y renacimiento literal y metafórico, se niega a abrazar la parte más violenta de sí misma. No es un abanico de personajes tan memorables como sí lo son aspectos de su mitología, pero resultan muy efectivos especialmente cuando se juntan.
En resumen, la película reúne una interesante mitología vampírica con unas generosas y en su mayoría notables dosis de acción aunque al final al clímax le hubiese venido mejor un remate más compacto.