Como uno de los actos finales de este Filmfilloween 2025, quiero decirles que hay miedos que no necesitan colmillos ni sombras alargadas. Uno de los más feroces es tener un sueño, defenderlo con uñas, dientes y mucho sacrificio, sacarlo a la luz… y descubrir que tus compatriotas sigan prefiriendo lo extranjero. Y justamente eso le está sucediendo a la película “Soy Frankelda” dirigida por Arturo Ambriz y Rodolfo Ambriz. Se trata del primer largometraje mexicano en Stop Motion, que nace justo desde esa valentía incómoda: crear algo propio en medio de la falta de apoyo y la dura crítica digital, y aquí les comparto todos los detalles.
La película sigue a Frankelda, una escritora apasionada que atraviesa los laberintos más profundos de su mente —y de su miedo— impulsada por el deseo irrenunciable de contar su historia. Sin entrar en Spoilers, su viaje está lleno de criaturas, obsesiones, sombras y preguntas incómodas sobre el precio de la creatividad.
Visualmente, es una delicia. La animación se luce con personalidad propia: una estética gótica, iluminación cuidada al detalle, atmósferas densas, monstruos memorables y… sorpresa: color. Color mexicano, algarabía, imaginario cultural vibrante sin caer en el folklor típico y repetitivo.
La fluidez del movimiento sorprende, y es que el Stop Motion suele asociarse con la rigidez, pero aquí esa característica se vuelve parte del estilo y el diseño de personajes es tan expresivo que por momentos se olvida uno de que son marionetas lo que aparece en la pantalla.

Un dato que merece aplausos es que se creó un idioma exclusivo para este universo, el Enkárik, de la mano de la lingüista Gina H. Amelio, inspirándose en el náhuatl, el sánscrito y el catalán que le aporta una textura única. No es un capricho estético: es un gesto que dota de identidad, memoria y misticismo.
La trama de Soy Frankelda, aunque resulta hermosa en intención y rica en metáfora, tiene momentos donde el ritmo se precipita. Pero, es que eso también es parte de su origen y esencia pues en México la prisa no es descuido, es condición y cotidianidad. Vivimos acelerados, urgidos siempre por algo, casi huyendo de nosotros mismos.
Y sí, quizá uno de sus puntos más débiles y en donde más se tropieza es en el guion, porque no se trata de una historia masticada para consumo inmediato. Exige imaginación y paciencia; pide participar. Y sí, eso probablemente explique por qué a ciertos espectadores les está costando conectar: pensar duele un poquito… pero vale la pena.
Lo más terrorífico de esta historia es que sólo ha logrado estar disponible en salas de cine mexicanas, pero existe una serie llamada “Los Sustos Ocultos de Frankelda” que puede verse en HBO o YouTube.
Finalmente quiero decir que no, no existe un decreto obligatorio para verla, ni por ser mexicana ni por ser animación. Sino porque es una obra que honra lo sombrío, celebra la fantasía y apuesta por la originalidad. Soy Frankelda es una oda a la imaginación y a la terquedad creativa y, si le das una oportunidad, no sólo apoyas a que se siga haciendo cine, sino que te puedes encontrar con algo nuevo que te termine hechizando.











