Ad Astra
En la última década se ha vuelto casi una tendencia que la Academia reconozca cintas que de un modo u otro estén relacionadas con el espacio. Este reconocimiento puede ser exclusivo en el ámbito técnico o si se trataba de un trabajo sobresaliente, se tenían en cuenta más aspectos de la película. Algunos ejemplos son la espectacularidad que proponía Gravity, la ambición de Interstellar, la feel good movie que era Marte, el tono reflexivo y emocional de La llegada o la senda más clásica del biopic por parte de First Man (El primer hombre). En esta ocasión, se trata de un reconocimiento más pequeño, pero no por ello menos meritorio. Os hablo de Ad Astra.
En un futuro cercano, unas misteriosas olas de energía resultan una amenaza para la vida humana. Se cree que esta energía podría proceder de Neptuno, planeta al que hace 20 años partió una expedición sin retorno. Ahora el ingeniero Roy McBride se embarcará en una misión a Neptuno para tratar de desentrañar los misterios de las olas de energía y tratar de reencontrarse con su padre, tripulante de la misión sin retorno.
Entre las películas que he mencionado anteriormente queda patente que no hay dos que sean iguales, ya fuera por una aproximación más intimista o por abrazar sin complejos la esencia de un blockbuster. Conociendo un poco el estilo autoral y muy personal de James Gray, uno podía esperar que Ad Astra fuese algo de la primera opción, y se puede decir que hasta cierto punto lo es, pero se pasa de contemplativa. Es comprensible que opte por un ritmo más pausado si hay una buena progresión dramática, si los personajes tienen un conflicto interior potente o si finalmente puede desembocar en un cierre que juegue muy bien la baza de la emoción.
Sin embargo, tiene un ritmo demasiado pausado, efecto que se hace más pesado con el excesivo uso de la voz en off, y la historia está tan reducida a metáforas sencillas que resulta difícil establecer algún tipo de conexión emocional. A esto hay que añadir que, para ser una historia ambientada en un futuro, sea más cercano o lejano, sí hay una intención de construir un mundo o una mitología a base de pequeños detalles y de situaciones que se antojan realistas, pero se quedan en una simple intención que podría haber dado mucho más juego con ese universo que plantea, y nunca mejor dicho.
Pero como suele ser habitual en esta clase de films, la factura técnica es impecable. Desde el diseño de las naves, pasando por la enigmática banda sonora a cargo de Max Richter o el uso muy inteligente del sonido hasta los muy logrados efectos especiales y una fotografía espectacular bajo todos los prismas en los que se saca partido y belleza a todas las escenas. Incluso la actuación contenida de Brad Pitt es más que correcta para su personaje, algo más que digno puesto que el personaje de Roy McBride es el protagonista absoluto mientras que los secundarios son más bien episódicos.
Por recalcar otros puntos positivos de Ad Astra, más allá de los aspectos puramente técnicos, hay algunas escenas en concreto que se salen del tono tan intimista y que sorprendentemente, funcionan bien por esos pequeños momentos de sorpresa que involucran más acción, e incluso mucha más emoción. Aunque finalmente quedan reducidos a pequeños destellos de lo que podría haber sido, resultando en una oportunidad que se siente desaprovechada.