Después de ver «Aquel verano en París» en el marco del Cinema Jove 40, puedo decir que la etiqueta de comedia le queda pequeña (o grande) según se mire. Leer una premisa ambientada en el marco de los pospandémicos juegos olímpicos de París me atrajo bastante. Ciertamente es un contexto que da mucho «juego», si tenemos en cuenta que fue de los primeros eventos multitudinarios después de muchos meses de aislamiento para la mayoría de las personas. Después, vi el tráiler en otras proyecciones del festival, y la película me creó más curiosidad gracias a la personalidad de la protagonista con sus caras de póker y comportamiento entumecido.
Dramedia; es clave poner el drama delante
Tras verla, analizarla y cotejar la emoción que me dejó al terminarla puedo decir que la película es más dramática que cómica. Sí que tiene algunos chascarrillos para que el tono no decaiga demasiado, pero al final lo que más cala es el mensaje melancólico, algo solitario e introspectivo. La mayoría de puntos cómicos están en el tráiler, así que si vas a verla por eso… igual no hace falta. Te dejo el tráiler aquí para que lo valores tú mism@.
Lo mejor de Aquel verano en París: la protagonista
Blandine es una chica entrando en la treintena que llega a París desde la pequeña y tranquila Normandía. Al llegar se choca con el ajetreo de París y el bullicio de los juegos, un ambiente en el que de entrada se siente perdida y estresada. Su torpeza es lo que nos hace empatizar. Tras el Covid-19, especialmente para las personas introvertidas (incluso las de ciudad), las fobias sociales se hicieron mucho más latentes que antes y se podría decir que Blandine salió de su zona de confort a lo bruto en un evento de tal magnitud y además viajando sola. Básicamente decide quitarse la tirita a lo bruto.
(Advertencia: a partir de aquí, puede haber pequeños spoilers sobre el desarrollo de la trama)
En principio parece que va para asistir a las competiciones de natación. Al poco, en quizás el momento más cómico del film, un periodista le pide hacerle una entrevista sobre por qué asiste a los juegos, y ella nos cuenta todo lo que estaría en la sinopsis del film dejando a los juegos en un segundo o tercer plano. En resumen, va porque tenía entradas que le regaló su ex, no quería que se perdieran y de paso le parecía bien aprovechar para reconectar con su hermanastra a la que no ve desde hace más de diez años y, bueno, también conocer a su sobrina. A partir de aquí empiezan los dramas.
El drama central es la falta de empatía; la deshumanización egocentrista, mucho más presente tras un trauma colectivo
Blandine se encontrará en todas partes con escollos que pondrán a prueba si seguir con el viaje o dar media vuelta: desde no poder entrar a ver la competición de natación porque no le dejan entrar con su mochila sin atender a sus motivos, hasta que la expulsen del albergue que tenía contratado el día de su cumpleaños por pasar la edad de admisión. Las conversaciones con estas personas y sus «absurdas» condiciones chocan con una Blandine que no sabe discutir y solo quiere (o busca) ser, en un mundo que le resulta extraño.
Con todo, Blandine continúa su aventura e improvisa por el camino. Se queda en casa de su hermana e intenta conectar con ella, sin embargo se da cuenta de que su hermana no está muy receptiva y está tan centrada en sí misma que su presencia no hace más que incomodarla, a pesar de sus esfuerzos. Cada conversación se acaba centrando en los sentimientos de su hermana, anclados en el pasado, dejando en segundo plano lo que siente Blandine o lo que la ha traído hasta ella. Al final parece que la deja estar en su casa por poder decir que es una parisina más que comparte piso con alguien que venía a los juegos.
Aquel verano en París deja coletazos de redes sociales de atletas, de gente centrada en sus móviles y de lo que queda bien o no compartir. Justo a eso me refiero con deshumanización egocentrista. Vemos como la gente parece preferir ver el mundo desde una pantalla distorsionada que experimentar la realidad sin filtros.
A medida que pasan los días conoce a gente nueva, cuida de su sobrina y disfruta de inocentes conversaciones mucho más llevaderas que las viciadas palabras de su hermana. Ve la otra cara de los juegos: el activismo antijuegos que desaloja a los sin techo (donde su cuñado está metido). Con todas las interacciones que va acumulando en su viaje, logra poner orden a sí misma, darse cuenta de quién es, de lo que quiere y de lo que no, y de lo que ha perdido y su porqué.
Al final, volver a la tranquilidad de su casa y reencontrarse con su soledad le resulta tan placentero que sin dudarlo volvería a realizar el mismo viaje.
Conclusión de Aquel verano en París
El sentimiento de melancolía y preguntas internas que te deja la película vienen tras acompañar a un personaje que se siente aislado y extraño en un mundo que le parece demasiado grande. Un mundo en el que encajar puede resultar incómodo y salir del refugio propio puede ser un desafío. La pregunta final parece ser: ¿merece la pena la incomodidad por encajar?; y parece que la conclusión sea un no rotundo. Aunque más bien es una oda a la tolerancia, a los diferentes estilos de vida y a la necesidad de escuchar las perspectivas con empatía y la mente abierta.