Bliss
Tras su paso por varios festivales americanos de género y su posterior llegada a Sitges, servidora tenía ciertas ganas de echarle un ojo a esta propuesta que parecía tener todos los ingredientes para hacer de ella al menos una experiencia entretenida. Lo que no podía esperar es que cumpliese con creces las expectativas hasta el punto de querer seguir indagando en la filmografía de su director. Os hablo de Bliss.
Dezzy es una artista de Los Angeles cuyo trabajo se encuadra más en el terreno macabro y que actualmente pasa por un grave bloqueo creativo. Sin embargo, está determinada a acabar lo que ella considera su obra maestra, aunque para ello debe meterse en un mundo de drogas, sexo y sangre.
Lo primordial que hay que tener en cuenta a la hora de abordar está película es que el exceso es su bandera. Con esto en mente, le corresponde al espectador decidir si quiere entrar en el juego o prefiere mantenerse al margen. Y personalmente, creo que también habría que considerar que el estilo está por encima del contenido en el mejor de los sentidos, pero todo sea para advertir. Una vez aclarado esto, hay que comentar lo admirable de la labor de Joe Begos de que una historia simple que bien podría quedarse en un formato corto y logra captar la atención desde sus créditos iniciales hasta el mismo final, ya sea por no apartar la vista debido a la fascinación de lo audiovisual o por el factor de no poder dejar de mirar lo grotesco.
Y es que ciertamente todo el empaque audiovisual es muy llamativo y retroalimenta los sucesos de la trama. A destacar por supuesto la excelente fotografía a base de luces neón capaz de situar al espectador en un entorno urbano, pero con cierto carácter underground sucio y con la perpetua sensación de estar en el más fatal de los colocones gracias a los continuos movimientos de cámara y al excelente montaje, con el que es inevitable sacarle cierto paralelismo con Clímax. Resaltar también la banda sonora, en la que tienen cabida tanto los sintetizadores más ochenteros como varios tipos de música rock, incluso de metal que se amolda perfectamente al entorno. Por no hablar del maquillaje y los litros de hemoglobina y vísceras que se gastan, que, si bien es cierto que pueden tardar un poco en hacer acto de presencia, una vez que irrumpen llegan para quedarse y de qué manera.
Todos estos elementos ayudan a que el ritmo prácticamente no decaiga en ningún momento, o que si hay una pequeña tregua lo que viene a continuación sea mucho mayor a nivel de tensión, de frenetismo y de impacto. Y en el centro de todo el meollo de halla Dezzy, interpretada por Dora Madison, quien se entrega por completo al proyecto, física y mentalmente. Ayuda el hecho de que la cámara no se despegue de ella y eso haga la experiencia mucho más extrema, pero a la vez se pueden entender hasta cierto punto sus motivaciones y su afán de terminar a toda costa su pintura. Resulta igualmente fascinante como queda plasmada la adicción a ciertas sustancias y como se establece el paralelismo de ansia y voracidad por otra sustancia que desemboca en una escalada de violencia sin igual.
Más allá de que la propuesta por su estilo o por extrema no sea para todo tipo de público, sí considero que no habría estado de más una pequeña exploración de su mitología y, por ende, más desarrollo de algunos personajes secundarios que se sienten más bien episódicos. Aunque por otra parte comprendo que si se hubiese parado a ser un poco más explicativa todo ese frenetismo habría quedado más diluido. Por todo lo demás, solo queda aplaudir ante una propuesta tan sencilla argumentalmente y que con un presupuesto modesto se de tan buen resultado, obteniendo una de las propuestas de género más estimulantes de este año.