Brat
Suele decirse que en varios ámbitos, especialmente en lo que se refiere a ámbitos deportivos o culturales, que la Unión Soviética está a años luz de la Rusia contemporánea. El legado de ese extinto país todavía perdura hoy en día a través de logros y nombres, un fantasma del que el gigantesco país euroasiático no logra desprenderse. Pero como todo, si uno escarba entre la marabunta siempre encuentra algo cuanto menos llamativo, y debido a cierta fama que rodeaba a la película de hoy fue motivo suficiente para ponerme con ella.
Danila acaba de salir de su servicio militar en Rusia durante los 90, emprendiendo su viaje de vuelta a Moscú sin mucha perspectiva de encontrar otro trabajo. Allí su madre le insiste en que le haga una visita a su hermano Viktor en San Petersburgo, ya que hace mucho tiempo que no se ven. Acompañado de su discman, Danila va hasta San Petersburgo y tiene el ansiado reencuentro con Viktor, pero no tardará en descubrir cuál es la verdadera profesión de su hermano.
Salvo contadas excepciones, reconozco que las historias de mafiosos y/o criminales no son las que más me apasionan. Sin embargo, debido a la ubicación espacio temporal de Brat y a la debilidad personal por la vida en el centro y este de Europa me ha lanzado a la aventura. Y si bien la cinta promete una trama de crimen, considero que uno de los mejores aspectos que propone es el tiempo que se toma en hacer el retrato de la Rusia de mediados y finales de los 90, un lugar decadente, lleno de pobreza, de personajes peculiares en las calles, a merced de cualquier criminal de diferente categoría y donde prima la incertidumbre de saber si uno va a seguir vivo un día más. Si a ese marco se le suma el hecho de que desde el primer acto se ve a Danila como un joven tratando de buscar su camino en ese mundo hostil y nuevo al que debe acostumbrarse rápidamente, su travesía se vuelve en cierto modo un coming of age, cambiando su Moscú natal por la nueva San Petersburgo (nombre incluso reciente, pues anteriormente se conocía como Leningrado, como bien indican en el filme), con la música de la banda Nautilus como perpetuo leitmotiv acentuando aún más la atmósfera depresiva y gris que muchas veces caracteriza a Rusia.
Aunque la cinta jamás huye de esa narrativa tan particular de dejar al personaje con su entorno, tampoco pierde de vista que su principal cometido es mostrar la vida criminal de Viktor y a la que Danila inevitablemente se ve arrastrado al ser su mejor opción de conseguir dinero fácil, de las numerosas armas empleadas para los trabajillos, de las misiones imposibles o suicidas que tienen lugar en plena calle con un gran número de testigos o el cómo esos criminales dominan con mano de hierro a la población con tal de lograr sus objetivos. Paradójicamente, toda la trama del submundo criminal si bien es lo que mueve la película, salvo contadas escenas excepcionales, no termina de ser tan interesante como el viaje en sí que emprende Danila, encontrándose con personas que son mucho más de lo que dicen ser y que le acompañarán en su aventura a la vez que se muestran los problemas sociales a causa del desmembramiento de la URSS.
Si bien la película en ningún momento pretende inventar la rueda, claramente se notan sus referentes cinematográficos en cuanto al cine de gángsters y tiene un estilo autoral marcado, hay algunas peculiaridades que no se pueden pasar por alto. La primera es la imperiosa necesidad de hacer tantos fundidos a negro casi cada vez que finaliza una escena que llega un momento en el que ese efecto pierde cualquier tipo de sentido, como si cada escena hubiese sido una contención épica para el personaje aunque fueran las situaciones más comunes que uno pudiese pasar. Y a pesar de que puedo aplaudir la decisión de que su banda sonora, tanto de forma diegética como extradiegética, hay un punto en el que el hilo conductor la música se vuelve muy invasivo y casi que no tiene motivo de estar tan presente, pues no es del todo necesario que esté tan presente siempre hasta el punto de opacarlo todo.
En líneas generales, la película funciona y llega a buen puerto gracias al viaje de su personaje protagonista, un viaje que es un buen documento de una época muy específica, y a la interpretación de Sergey Bodrov como Danila, con su mirada cabizbaja, su perpetua melancolía y su determinación a hacer lo que sea necesario por sobrevivir acompañado de su discman en una melodía lejana que solo podía surgir de las latitudes más frías.