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Casa ajena

Debido al ritmo frenético que llevan las plataformas de contenidos, resulta muy difícil seguir la pista a todas las novedades que llegan cada semana, resultando habitual que muchas propuestas caigan en el olvido con suma rapidez. Pero las tardes de fin de semana son buenas compañeras para indagar en el catálogo en busca de la película ideal y rescatar de vez en cuando alguna cinta que en su momento pudo pasar desapercibida o a la que no se le hizo el suficiente caso.

Bol y Rial Majur son una pareja de refugiados que han huido de la guerra civil que asola Sudán del Sur y han llegado a Inglaterra. En un intento por adaptarse al nuevo país, se les ofrece una vivienda, pero lo que en un principio parecía un primer paso hacia una nueva vida no tardará en volverse una pesadilla cuando descubran que no están solos en la casa.

El mayor mérito de la cinta es la aparente sencillez con la que mezcla el drama racial con el terror más convencional. Y en el planteamiento es especialmente notable todo el empeño que se maneja para mostrar los horrores cotidianos de ser una persona migrante de forma forzada y que vistos a través de los ojos de Rial y Bol resultan escalofriantes: Los enfrentamientos entre pareja al uno estar determinado a encajar en una nueva sociedad frente al otro con unas ideas más robustas, la condescendencia de aquellos servicios que deberían ser de ayuda y que acaban siendo todo menos un apoyo, la incomprensión de su situación por cierto sector de sus vecinos o el hecho de que les hayan dado una casa que cualquiera que la viese pondría en duda que el inmueble pueda llegar a considerarse habitable.

Este malestar y esa tensión no son frutos exclusivos de un trabajo narrativo, sino que el apartado visual ayuda muchísimo a crear esa sensación de desasosiego. En el nuevo barrio inglés se dan situaciones que invitan a la desorientación de los personajes y de los espectadores, y la propia estructura de la casa invita a la confusión, pues no se termina de saber muy bien qué secretos encierran sus paredes o hasta dónde parece extenderse el terreno. El contraste con la iluminación tan gris de los exteriores y la paradoja de las luces cálidas en el interior de la vivienda también es llamativo, y entre los muros también es curiosa la mecánica de los aparentes entes de la casa, pues recuerda a lo visto en Nunca apagues la luz.

Casa ajena

Pero no es solo el recibimiento hostil que les da su nuevo hogar, literal y metafóricamente hablando. A ello hay que sumar los fantasmas y traumas del pasado que ambos arrastran al salir de Sudán del Sur. Pero para sorpresa de muchos, lo que podría haberse quedado en un muy interesante juego de terror psicológico sobre lo que supone la inmigración y el racismo da un paso más allá y ofrece una historia de casa encantadas, que si bien por el tipo de sustos que ofrece puede resultar entre poco y nada novedosa, es muy efectiva y queda respalda por una rica mitología que combina lo mejor de las leyendas locales, el miedo inherente del pasado de la pareja protagonista y los jumpscares más clásicos.

Con unas pocas pinceladas, la tarea de empatizar con Bol y Rial resulta sencilla. Sus posturas quedan claras desde los primeros minutos de la película, pero a medida que se va avanzando con el metraje se descubren más capas de estos, manteniendo el interés del espectador y tal vez cambiando la concepción que se podía tener de ellos. Y con el mérito de que Sope Dirisu y Wunmi Mosaku son casi los absolutos protagonistas del filme y todo el peso dramático recae sobre ellos.

Pese a la buena combinación de los dos tipos de terrores, personalmente considero que todo el primer acto y parte del segundo más centrado en los horrores más cotidianos está mejor logrado, ya que pone la lente en una perspectiva un poco más novedosa, mientras que, si bien el terror más convencional está logrado y casa bien con las ideas propuestas, al final si puede dar la sensación de que menos hubiese sido más. Pero eso no le quita valentía a un producto muy solvente, y más al tratarse de una ópera prima que se suma a la buena cosecha de terror racial que está despuntando en el último tiempo.

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