Cementerio de animales (2019)
Cuando era una adolescente me pasé un verano leyendo libros de Stephen King: El misterio de Salem’s Lot, El Resplandor, Misery… y Cementerio de animales. Éste último me provocó tal sensación de terror que no soportaba tenerlo cerca mientras dormía, así que durante el tiempo que tardé en leerlo lo sacaba cada noche de mi habitación para dejarlo en el salón, lejos de mí… y de mis sueños.
Así que para mí ir a ver la nueva versión de Cementerio de animales (la original es de 1989) ha sido una especie de reto personal que superé con éxito, con lo cual puedo responder a uno de los interrogantes que siempre nos planteamos cuando al enfrentarnos a una adaptación de una novela al cine: “¿Se parece al libro?” En este caso, no, aunque no todo es malo.
La sinopsis de la película, a priori, es la misma que la de la novela: El doctor Louis Creed (Jason Clarke) se muda con su mujer Rachel (Amy Seimetz), sus hijos Eleanor y Gage y su gato Churchill a una casa en el campo, huyendo del ajetreo de la ciudad. Lo que parece un lugar idílico resulta lindar con un extraño cementerio de mascotas y, más allá, con una tierra corrupta que guarda un oscuro secreto, que descubrirá de la mano de su vecino (John Lithgow)
Los directores, Dennis Widmyer y Kevin Kolsch, han optado por mantener esa premisa y parte de la acción original de la novela, pero cambiar casi todo lo demás. Esta decisión presenta un par de ventajas. La primera, obviamente, es la sorpresa. A veces un poco de novedad se agradece, para no saber qué te espera a la vuelta de la esquina. La segunda tiene que ver con la oportunidad de explicar, a través de una serie de situaciones y los diálogos que éstas generan, lo que Stephen King hace a través de una narración omnisciente. De igual forma, algunas escenas tienen un corte onírico que enlaza muy bien con algunos de los tópicos del escritor: las frágiles fronteras que separan los sueños de la realidad, la vida de la muerte; las puertas como umbrales que separan dichos espacios; el mal que enraíza, corrompe y se transmite.
El problema de Cementerio de animales es precisamente que no tiene problema alguno en abusar de los (previsibles) sustos para contentar al público más joven, sacrificando por el camino la atmósfera malsana que caracteriza la novela, y sobre todo, el alma de sus personajes y sus motivaciones.
Cementerio de animales sin duda tira del revival que las adaptaciones del rey del terror están viviendo gracias a producciones como It, El juego de Gerald o 1922 (muy recomendables las tres), pero no resulta tan eficaz.
De todas formas, debo reconocer que lo pasé muy bien viéndola. Una vez que te das cuenta de que aquí no se trata de transmitirte la angustia vital de la obra de Stephen King, sino de subirte a una atracción de feria, te colocas el arnés y te dispones a pasarte poco más de hora y media (un metraje muy de agradecer en estos casos) dando saltos en la butaca.
Por cierto, nunca he vuelto a leer ningún libro de King. Y no creo que lo haga… de momento.