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Drive My Car

Si bien es cierto que el triunfo histórico de Parásitos en la categoría reina de los Oscar hace un par de años demostró que una película de habla no inglesa podía hacerse con el premio estrella de la noche, no se trataba de la primera película en colarse simultáneamente en la categoría de mejor película y mejor película extranjera, pues Amour o Roma por mencionar unos ejemplos recientes, habían logrado la misma hazaña. Y este año la tendencia ha vuelto a cumplirse, ya que la película de hoy también se encuentra en ambas categorías, además de estar presente en mejor dirección y mejor guion adaptado.

Basada en un relato de Haruki Murakami, la historia se centra en Yusuke Kafuku, un actor y director teatral que busca poner en pie Tío Vania, la obra de Chéjov, en un festival de Hiroshima dos años después de una trágica pérdida en su vida. Pero uno de los requisitos innegociables del festival es asignarle un chófer por su seguridad. La encargada de dicha tarea es Misaki, una joven en apariencia muy reservada, pero a medida que vayan aumentando los trayectos ambos acabarán siendo más sinceros y se creará un vinculo muy especial.

Antes de comenzar a desgranar la cinta, debo aclarar que no estoy familiarizada con el relato o conjunto de relatos en los que se basa la película, por lo que no puedo abordar mi punto de vista desde la perspectiva de la adaptación. Aunque una vez se entra de lleno, se pueden apreciar algunos componentes más propios del lenguaje literario que del cinematográfico, como son la duración de la película que a más de uno puede asustar y el ritmo pausado que adopta para ir llegando a los conflictos más profundos de los personajes, como la misma obra de Chéjov que tan presente está a lo largo del relato en un ejercicio de metaficción muy sutil, por lo que el resultado no es algo que se sienta necesariamente pesado ni alargado de más, tan solo hay que amoldarse a unos tiempos más pausados donde prima la introspección a lo largo del metraje.

Drive My Car

Y con la introspección por bandera, no es de extrañar que la sobriedad en la dirección sea la característica predominante, donde abundan situaciones cotidianas narradas en planos secuencia fijos o donde los diálogos y los silencios de estos entre dos personas están sumamente medidos para que el tiempo no se ralentice en exceso. Porque Hamaguchi sabe que en los lugares del día a día como el estar reunidos para cenar alrededor de una mesa con comida casera en un ambiente acogedor, la barra del bar de un hotel o los largos trayectos de coche son aquellos donde casi sin pretenderlo, es más sencillo y cómodo abrirse ante la sinceridad, regalando las mejores líneas de todo el filme, diseccionando poco a poco a los personajes y convirtiendo hasta el sitio más anodino como una planta de tratamiento de basura en algo a tener a cuenta para que el personaje se dibuje por completo.

Asimismo, resulta llamativo como el coche de Yusuke, otro de los grandes protagonistas de la película, es de un rojo chillón entre una urbe de cemento grisácea, casi como si estuviera mandando un mensaje silencioso al mundo exterior sobre toda la carga que lleva encima o como si fuera una bomba a punto de estallar en una ciudad como Hiroshima cuya historia habla por sí sola y donde las revelaciones más significativas se dan entre los asientos en medio de una aparente calma.

“Chéjov es aterrador. Cuando dices sus líneas sale tu verdadero ser”

La película reúne un buen puñado de personajes que sin prisa pero sin pausa van revelándose como seres complejos, con sus inquietudes y sus contradicciones como la mayoría de los seres humanos. Pero sin duda los que más destacan porque su arco es el más largo y porque son aquellos que se llega a mirar más de cerca son Yusuke y Misaki, interpretados por Hidetoshi Nishijima y Tōko Miura respectivamente. Los dos son la viva imagen de la contención, pero con una breve mirada es palpable que ambos son dos personas que tienen una historia que contar, quizá incluso más profunda de lo que se preveía, y cuando por fin se abren en canal rompiéndose la catarsis es absoluta.

En definitiva, no se trata de una cinta fácil y tampoco se puede decir que después de todo el metraje tenga una recompensa inmediata. El filme invita al poso durante y después de verla, pero su visión sobre la reflexión, la moral y el duelo es muy loable por mucho que en ocasiones pueda sentirse dispersa.

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