L’homme qui aimait les femmes
En una historia donde las piernas de una mujer son la vía de destrucción y el camino hacia la perdición del hombre, pasé por tres etapas las cuales me llevaron a hacer análisis distintos, como si fueran tres películas diferentes, pero que finalmente, todos los elementos conllevan a una obra tan genial que me cuesta creer que no la haya visto antes.
Puedo dividir la película en tres, y en cada parte una etapa y un análisis diferente. En la primera parte simpatizaba mucho con el personaje de Bertrand, un hombre obsesionado con la mujer. Lo veía como un simple Don Juan, que lejos de saber lo que quería a pesar de ir con mucha convicción a acechar a su presa, lo veía como un hombre confundido, quien no podía hacer más que no fuera amar a una mujer, y al verlo sentía una angustia terrible porque me desesperaba saber que había en efecto, una que lo buscaba, la que quizás, podría ser la que llenaría sus días de felicidad y amor, pero a él no le interesaba, o quizás sí, pero no lo veía con claridad. El gusto y el amor que sentía hacia otras mujeres, hacia todas las mujeres, era tal que no podía enfocarse en una sola y mucho menos se daba cuenta cuando una mujer lo amaba de verdad. Sentí mucha pena por ese Bertrand.
En la segunda etapa, llegué a sentir una decepción terrible por este personaje y la manera en que éste ve a la mujer. Ya no sentía que fuesen su obsesión por simplemente ser mujeres (sea lo que sea que eso signifique) sino que llegué a pensar que las veía como un simple objeto de placer. Como un instrumento el cual sirve para tocar en un concierto una noche y luego se vuelve obsoleto. Esas ganas de conquistar y llenar su ego prácticamente inexistente sólo por unas horas, para luego irse a dormir y recargar energías para su próxima víctima. Odié a ese Bertrand.
La tercera etapa fue la de comprensión del personaje. Entendí lo que creo que Truffaut buscaba transmitir con este hombre en apariencia tan complicado, que quiere a las mujeres pero ama su soledad y su libertad, que le gusta compartir un rato con ellas pero no la vida. Bertrand sólo busca lo que, de una manera u otra, todos buscamos: el amor. Y lo encontraba. Lo encontraba en cada una de las mujeres con quien estaba, amaba la particularidad de cada una de ellas, amaba lo que cada una a su modo le hacía sentir, amaba que ellas se sintieran amadas. Y yo, a su vez, amé a ese Bertrand.
El amor puede ser sentido de tantas y tantas maneras y todas igual de válidas. Es como un niño que no puede contener sus emociones, sus ganas de amar. El problema radica en el hecho de ser amado y es allí cuando no lo soporta y se va. Se siente más cómodo cuando es un amor unilateral, de su parte hacia ellas. Teme cuando alguna se llega a enamorar de él.
Llegué a pensar que era por temor a perder su libertad, pero puedes ser libre al lado de alguien, es más, debes ser libre al lado de alguien, sino no es amor. El problema de Bertrand y la aceptación del amor provienen desde su infancia, la cual nos cuenta paralelamente a lo largo del filme. Su madre era una simple figura que se paseaba medio desnuda frente a él sin que le importase mucho lo que le pasara por la cabeza. No tenía grandes muestras de afecto con él y lo trataba más como un mensajero que como un hijo. La relación con su madre lo dejó marcado para siempre y por eso esa necesidad de cariño tan desbordante. Por otro lado, una relación del pasado que lo dejó atormentado y con el corazón capaz de sentir pero incapaz de refugiar más amor que no fuesen las partículas de polvo que le dejó el último.
Truffaut le da vida y razón de ser a lo que yo tanto proclamo como cine: las emociones y el amor como el sentimiento rey entre todo el resto. Un amor que sólo puede acabar de una manera: en la muerte. Esa búsqueda de la satisfacción emocional tan peligrosa, de apariencia tan lejana y borrosa, de querer y necesitar llenarnos de otra persona para ser felices no puede terminar de otra manera que no sea una trágica…la más trágica de todas.
No puedo hablar de amor sin pensar en Platón, en eso que plasma tan hermosamente en sus diálogos, en especial en “Fedro”, cuando Sócrates y Fedro discuten que en el amor se da una situación de oscilación entre poseer y no poseer, tener y no tener al mismo tiempo. Y es por esto que siento que se nos hace tan complicado este tema, no sólo entenderlo como algún tipo de teoría sino ponerlo en práctica. Y esa angustia por entender, por sentir y por llenarse del amor se refleja exquisitamente en la misma angustia de Bertrand por conseguirlo, y es justamente esta búsqueda lo que lo lleva a la muerte, la cual al mismo tiempo lo libera de tanta desesperación. Pero la muerte es también hermosa y allí también se encuentra el amor. Comparto lo que dice Joaquín Sabina cuando asegura que lo peor de morirse de amor, es que no te mueres.
El caso es que Truffaut nunca tuvo miedo de decir que se dedicaba a hacer películas de amor mientras vivió, y sufrió cada una de sus historias ya que todas estaban inspiradas en sus propias relaciones con su madre y con sus amantes. Y era tan intenso que con cada actriz que trabajó mantuvo una relación, menos con alguna que se resistió. Pero era tan fuerte que no pudo liberarse de esos sentimientos ni de sus recuerdos personales y por lo tanto, su vida y el cine fueron una sola.
Para Truffaut, el amor era vida y la vida era cine, es por ello que su cine es inimitable.
“Usted cree que ama el amor, pero lo que ama es la idea del amor” – François Truffaut