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El Blues de Beale Street | Oscars 2019

Hace dos años, Barry Jenkins y su Moonlight conseguían llevarse el gato al agua contra todo pronóstico, regalando uno de los momentos más sorprendentes y vergonzosos de los últimos años en las galas de los Oscar. Tras su triunfo, está de vuelta con un nuevo trabajo con el quizás haya pasado un poco más desapercibido.

Basada en la novela homónima de James Baldwin, la historia sigue a Tish, una joven de Harlem que hará todo lo posible por probar la inocencia de su pareja Fonny tras ser encarcelado y que descubre que está embarazada de él.

En esta ocasión no puedo hacer una comparativa entre la novela y la película, puesto que no la he leído, por lo que desconozco hasta que punto algunas de las decisiones narrativas son fruto de Jenkins o vienen heredadas del texto original. El ejemplo más claro es el uso de la voz en off, que en ocasiones da la sensación de que entorpece la narración o que directamente podría ser prescindible, pero que pasado cierto punto de metraje se acepta como una parte más de la cinta. Por el uso predominante de espacios cerrados también se podría pensar que es una característica procedente del teatro. Sin embargo, no hay tanta explosión de diálogos ni de sentimientos por parte de los personajes, pues quedan más contenidos, algo que ya parece marca de los trabajos de Jenkins.

El Blues de Beale Street

Su estilo a la hora de filmar sigue siendo bastante reconocible: Una composición de planos exquisita, un foco muy concreto en los personajes aislados mediante primeros planos a la vez que el fondo se difumina, que esos personajes miren directamente a cámara como si quisieran hacer partícipe al espectador de sus tragedias, una banda sonora muy llamativa que transmite esa tristeza propias del blues, que haya mucha emoción contenida y sutil aunque también hay espacio para los momentos más dramáticos y por supuesto, pararse a reflexionar sobre las cuestiones raciales de lo comunidad afroamericana que incluye la diferencia de clases, los prejuicios derivados del racismo y la brutalidad policial. Todo ello tiene cabida en la historia y está ahí por un motivo muy concreto.

Sin embargo, al contrario de lo que sucedía con Moonlight, aquí la forma está por encima del contenido. Las elipsis parecen más arbitrarias, los flashbacks sacan al espectador de la historia y le distancian de ella por si la voz en off no fuera suficiente. En general queda la sensación de que Jenkins pese a tener una historia aparentemente interesante prioriza el generar un aura de nostalgia y tristeza y generar imágenes bonitas más propias del videoarte que de contar una historia. Desde luego, los actores cumplen con su cometido. Tanto KiKi Layne como Stephan James resultan muy creíbles con sus conflictos, su historia de amor y la fuerza expresiva que tienen con sus respectivos Tish y Fonny. Lo que personalmente no termino de entender es todo el bombo que se le está dando a Regina King por interpretar a la madre de Tish, pues a mi modo de ver es una actriz que tendrá dos escenas como mucho para lucimiento personal, pero nada que resalte por encima del resto.

Comprendo la relevancia cultural e histórica de una novela de James Baldwin y que el estilo personal de Barry Jenkins sigue intacto, pero la película ha rascado nominaciones en las categorías que merecía estar, ni más ni menos.

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