Entrevista con el vampiro
A raíz del décimo aniversario de Filmfilicos, voy a seguir el ejemplo de Makelelillo y comentar alguna de mis películas favoritas. Son numerosas las ocasiones en las que he declarado abiertamente ser una fiel seguidora de las historias de vampiros, pero si tuviera que retroceder en el tiempo y determinar qué fue lo que disparó ese amor por las mencionadas criaturas nocturnas de afilados colmillos y sed de sangre, indudablemente tengo que señalar a la famosa película de Neil Jordan: Entrevista con el vampiro.
Basada en la novela de Anne Rice, la historia sigue a Louis, un hombre que posee una plantación en la Nueva Orleans de finales del siglo XVIII y que vive consumido por la pérdida de su mujer y su hija. Su vida cambia cuando conoce a Lestat, un vampiro que le ofrece el don de la inmortalidad. Doscientos años después en San Francisco, Louis se dispone a contar su historia.
El hecho de que la propia autora estuviese a cargo del guion de la cinta es un punto muy positivo en lo que respecta a hacer una adaptación fidedigna, algo que siempre es un aliciente para todos aquellos que leyeron la novela en primer lugar. Pero el tema más interesante que propone la película, y que previamente estaba en la novela, es la vuelta de tuerca que le da al vampiro. Unos años antes, en 1992 con el Drácula de Coppola se había presentado al monstruo con una dualidad humana y se le otorgaban atributos de héroe trágico y romántico. Unas características que comparten los vampiros de Anne Rice, pero no se había visto hasta la fecha unos vampiros existencialistas, que divagan y se cuestionan la realidad con tanta pasión, rabia y tristeza, y convirtiendo su condición vampírica en algo inherentemente trágico.
Los personajes principales asimismo presentan dualidades muy llamativas. En el caso de Louis, busca la vida eterna para huir del dolor terrenal que le ha causado la pérdida de su familia, pero pronto descubrirá que el remedio es peor que la enfermedad pues no puede aceptar su nueva condición de monstruo al tener cierto respeto por la vida humana. Y lo cierto es que Brad Pitt interpreta muy bien al personaje, haciéndole insensible y trágico ante el mundo. Con el personaje de Claudia se presenta un caso muy curioso, pues al principio es una inocente niña, pero también una asesina sin ningún tipo de pudor y con las rabietas propias de la edad. Aunque a medida que va pasando el tiempo, surge en su interior el conflicto de que físicamente sigue siendo alguien con el cuerpo de una niña a pesar de que su mente es la de una mujer con muchos años a sus espaldas y que jamás crecerá. Resulta impresionante de contemplar el trabajo de Kirsten Dunst como Claudia, pues pese a su corta edad sabe calibrar a la perfección la vertiente más dulce con la más letal.
Y como no podía ser de otra manera, Lestat merecía un párrafo para sí mismo. Sigue la tónica de vampiro existencialista, pero no cabe duda de que disfruta con su naturaleza vampírica y no sigue ningún código de conducta salvo el suyo. Por no mencionar que cada aparición suya se recibe con los brazos abiertos, algo aplicable a sus diferentes facetas: Cuando pierde la compostura y se convierte en una temida bestia, sus momentos más humorísticos y pasados de vuelta que en alguna ocasión llegan a ser hilarantes o aquellas escenas en las que se permite mostrarse más vulnerable. Comprendo las reticencias que había con Tom Cruise a la hora de encarnar a este personaje, solo que después de verlo en acción no podrían haber encontrado a nadie mejor para hacer completamente suyo a Lestat.
Si resulta estimulante el añadido a la mitología de los vampiros y cómo se va formando esa “sociedad” del inframundo, son muy llamativos los subtextos no tan sutiles que se pueden leer en la cinta. El vínculo amoroso entre Louis y Lestat, que no hace más que afianzarse una vez llega Claudia a sus vidas y ambos asumen el rol de sus progenitores, el vampirismo como una metáfora para afrontar la pérdida de los seres queridos, la posibilidad de decidir si uno puede aferrarse a su humanidad antes que dejar que el monstruo tome el control, el hecho de que el mundo es mutable mientras que los vampiros son meros espectadores o la idea de que la inmortalidad es deseable hasta que llega el gran inconveniente de la soledad, y que a veces, actuando egoístamente por esa soledad se toman decisiones precipitadas, desesperadas por establecer alguna clase de lazo que haga más llevadera una condena a la vida eterna.
Por si fuera poco, la dirección artística del filme enriquece el conjunto gracias a su exquisita ambientación de terror gótico, tanto en la Nueva Orleans de finales del siglo XVIII donde se puede sentir la humedad en cada pared y en cada piedra del maltrecho cementerio como en la París del siglo XIX, convertida en una poblada metrópolis que aguarda peligros tras sus muros y bajo el suelo, en forma de Grand Gignol. No corren la misma suerte el maquillaje y la peluquería, pues el paso del tiempo no ha sido piadoso con ellos y visto con los ojos actuales se los consideraría kitsch. Pero personalmente, son detalles estéticos que no manchan una película tan especial en mi vida, que cada vez que la veo acabo maravillada y que tiene el honor de decir que no solo despertó mi pasión por los vampiros, sino que también me introdujo en el mundo del terror.