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Fuerza mayor

Con dos palmas de oro a sus espaldas en un lustro, lo cierto es que dentro del panorama del cine de autor Ruben Östlund ha sabido hacerse un nombre. Pero puede darse el caso de que por mucho prestigio y muchos premios asociados a un nombre, el estilo o los trabajos de un determinado director simplemente entran en una categoría en la que se produce una fricción entre realizador y espectador y surge la expresión “no es para mí”. Esos eran mis sentimientos hacia la filmografía de Östlund, pero quería comprobar si este sentimiento que me generaba era inherente a sus formas o tan solo en las ocasiones anteriores sus propuestas me habían pillado en un mal día. Desde luego no es una pregunta fácil, y tras la película que vengo a comentar hoy ni yo misma podría responder con claridad.

Tomas y Ebba son un matrimonio con dos hijos que deciden pasar sus vacaciones de invierno esquiando en los Alpes franceses. Durante el segundo día mientras están comiendo en la terraza ven a lo lejos una avalancha controlada que da la impresión de desbordarse en cualquier momento. Tomas se dedica a grabar la avalancha, pero cuando comienza a dar la sensación de peligro y amenaza con llegar hasta la terraza, huye para salvarse dejando atrás a su mujer y sus hijos. La avalancha pasa de largo sin ocasionar grandes daños, pero la estructura familiar del matrimonio entre Tomas y Ebba queda muy herida.

El inicio de la cinta casi que podría haber sido filmado por Haneke o Lanthimos. Esa presentación tan idílica de la familia en unas vacaciones lujosas, con las fotos de recuerdos felices, con unas sonrisas tan perfectas a través de las lentes y un aparente vínculo familiar inquebrantable, uno que solo la naturaleza tan blanca y prístina que les rodea será capaz de dañar. Sorprende que el punto de giro, la misma avalancha, llegue tan pronto durante la cinta, pues aunque las secuelas son visibles desde el segundo uno tras ese susto de muerte, uno genuinamente se pregunta si ese planteamiento es suficiente para sostenerse a la largo de toda la duración del filme. Pero lo más curioso es que ese punto de quiebre, es decir, la devastación de Ebba por la decisión improvisada de Tomas no se da de forma brusca ni sutil, sino con un extraño equilibrio de ambas que en más de una ocasión resulta incómodo de ver y siempre comprensible el porqué de su actitud.

Fuerza mayor

Esa degradación del matrimonio al final si está lo suficientemente bien llevada para llevar la película sobre sus hombros. Pero a diferencia de lo que hacía Zvyangintsev en la sobresaliente Sin amor, donde el drama era estremecedor e hiriente por esa ruptura del matrimonio debido a una causa mayor, el estilo de Östlund se caracteriza más bien por mezclar elementos trágicos y cómicos y añadir muchas capas de comentario social a modo de sátira que son más esbozos que danzan por la pantalla que ideas sólidas. Por ello aunque la base sea esa progresiva ruptura de la relación inicial del matrimonio, los comentarios adicionales sobre la adicción de los más jóvenes a las pantallas, el desprecio a otra formas de relacionarse que no sea la monogamia con el fin de formar una familia, la fragilidad de la masculinidad, el gaslighting, cómo un trauma puede afectar al día a día o la necesidad actual de filmar y capturar un momento impresionante por encima de otras necesidades básicas están presentes en el metraje y están muy bien integrados en la trama.

Por supuesto, el estilo temático se complementa con las formas de Östlund tras las cámaras. La música extradiegética con aires de grandilocuencia, la división de la propia película en capítulos, el protagonismo de los espacios lujosos que albergan a las clases más adineradas o los planos largos y fijos sobre los personajes mientras dan vueltas sobre las mismas cuestiones poniendo a prueba la paciencia del espectador o mientras las escenas se van volviendo más tensas terminan de darle al filme la personalidad necesaria. Y por supuesto, si la familia son los protagonistas de tan terrible sucesión de acontecimientos, hay que resaltar las interpretaciones de Johannes Bah Kuhnke y Lisa Loven Kongsli, Tomas y Ebba respectivamente, y de cómo esa progresión dramática hace que poco a poco vaya rompiéndose la cáscara tan dura que ambos tienen por sus formas nórdicas hasta llegar el punto de no retorno, dejando que sus sentimientos más profundos afloren en forma de llantos, reproches y mucha culpa.

En resumen, podría decir a nivel personal que este largometraje de Östlund es el que sabe conjurar mejor la forma y el contenido de sus inquietudes y por tanto da un resultado más compacto.

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