Verano, locura, diversión, desenfreno, alcohol, drogas. Amistad, ¿amor?, sexo.
Tres adolescentes británicas comienzan sus vacaciones perfectas en las que su única preocupación es salir de fiesta y ligar. Han terminado el curso y están esperando las notas para saber si podrán estudiar la carrera que quieren. El primer largometraje de Molly Manning Walker sitúa el sexo en el centro de la reflexión; ¿cómo se tiene sexo?, ¿qué saben los jóvenes antes de su primera vez?
No es un tutorial, ni busca dar lecciones, simplemente plantea la historia de Tara (Mia McKenna-Bruce) y sus amigas que llegan a un resort de lujo en algún lugar del sur de Europa cuyo nombre no he encontrado reflejado en ningún sitio (eso es Magaluf, se pongan como se pongan).
El primer día Tara sale al balcón y conoce a otro chico británico (abstenerse de hacer chistes, por favor) que está allí con su grupo de amigos. Todo bien, todo fluye. Los dos grupos se unen y empiezan sus noches de desfase. Tara es igual que sus amigas, pero diferente, aún no ha tenido sexo. Su amiga insiste en que es el momento perfecto para hacerlo.
Eres joven, libre y estás en un sitio donde no existen las normas ¿te vas a poner a ser recatada?
Nada las ata, nada las detiene.
Reflexioné mucho sobre el consentimiento mirando a Tara con ese vestido fosforito, caminando por una calle desierta llena de basura de la noche anterior; “Nunca volverás a ser más bella de lo que eres ahora, nunca volveremos a estar aquí”, Troya. Esa calle vacía, pero llena de destrozos con la protagonista terriblemente guapa y triste en un verde chillón imposible…cine.
¿Se puede consentir realmente algo que no se conoce?, ¿cómo controlar esas expectativas que están tan dentro de ti que ni siquiera tú misma sabes cómo han llegado ahí?
Me puso muy triste ese ambiente decadente, obsceno y lujurioso en el que los protagonistas se mueven. Fue demasiado (y eso que yo pasé mi época universitaria en una residencia de estudiantes). El trasfondo de esta historia es que esos jóvenes no tienen ilusiones ni esperanzas. No tienen más que el ahora. Pero no como lo tuvimos nosotros, que ya somos viejos como lo eran nuestros padres. Son una generación que ha crecido sabiendo que no existe más que el día a día porque constantemente reciben impactos sobre el colapso de la economía, el cambio climático, las guerras y conflictos, el auge de la extrema derecha, otra nueva película de Santiago Segura…
Reflexiones sobre el consentimiento pero sobre todo sobre el nihilismo encerrado en hedonismo. Los jóvenes realmente creen que el mundo, su mundo se acabará. Nosotros no estaremos ahí cuando pase o quizás nunca llegó a importarnos. Qué más da todo, nada es trascendente todo acabará como acaban las vacaciones. El resto…no pasará a la historia. Se olvidará como los recuerdos de una noche de copas que se alarga hasta al amanecer.
A las mujeres nos inculcan que la primera vez es importante. Más que eso, determinante. Para ellos sigue siendo diferente. Un rito de paso a la «adultez» que realizan sin mucho drama. Tara también quiere eso, quiere ser desinhibida y no tener tabúes. Tara lo quiere todo, pero tiene la edad justa en la que, como es normal, ni ella misma sabe lo que quiere.
Sigo viendo a Tara de verde fosforito y nos veo a todas a su edad. Y reflexiono sobre lo mal que lo estamos haciendo si todavía siguen existiendo esas formas de presión social sobre el cuerpo y la sexualidad de la mujer. La nula educación sexual de los jóvenes, la supremacía de la pornografía, el papel sumiso que se le otorga a la mujer y la presión de grupo que a esas edades resulta intimidante.
El verano se acaba y todo queda atrás. Su amiga la coge de la mano antes de montarse en el avión y le recuerda que podremos juntas con esto y con todo.
No nos queda otra.