Interiores
Algunas personas sugieren que, durante esta dura situación, debemos arreglarnos en casa para sentirnos mejor. Yo, en lugar de acicalarme veo a Woody Allen. El de los 70 claro, no el más reciente, ya que no quisiera empeorar mi condición emocional. Así que coloco una de las más sublimes obras de este genio, una película que demuestra el don narrativo de este director neoyorquino que por muy divertido que sea, no se reduce únicamente a la comedia: Interiores.
Interiores es el primer drama de Woody Allen, y a mi parecer, es su película más elegante. Desde el fondo a la forma, desde sus diálogos como siempre muy bien logrados, hasta la estética algo lúgubre acompañada de su casi inexistente música. Es también la primera película de Allen contada desde el punto de vista femenino, lo que da a pie a esas maravillosas historias posteriores, en su mayoría protagonizadas por mujeres y su pensamiento y visión como punto central. La dirección de fotografía estuvo a cargo de Gordon Willis, con quien Woody colaboró en muchas de sus películas.
Una familia de clase alta de los Estados Unidos, está en su punto de quiebra cuando el padre anuncia que desea separarse de su esposa, una decoradora de interiores fría y controladora, tal y como se refleja en el estilo de su hermoso hogar, interpretada por la siempre increíble Gerladine Page, quien actúa como la obsesiva esposa de E.G. Marshall, quien luego conoce a la que se convierte en los colores brillantes de la película, rol a cargo de Maureen Stapleton. Y las tres hijas, de personalidades distantes e interpretadas majestuosamente por Diane Keaton, Mary Beth Hurt y Kristin Griffith (quien no está al nivel actoral de sus colegas en esta obra), junto a sus respectivas parejas que no son más que tristes personajes que giran alrededor de estas hermosas y complicadas criaturas.
Con Ingmar Bergman como aliado incondicional en su imaginación, Woody Allen intenta rescatar algo de la cinematografía de este gran director sueco, logrando lo que él mismo calificó como “una película más europea” por su ritmo lento, tomas estáticas y contemplativas al inconfundible estilo de Bergman, con destellos de Chéjov.
No estoy de acuerdo cuando se refieren a esta película ni a ninguna otra en realidad, como una película “seria”, todas las películas, hasta la más graciosa de Woody Allen ha sido seria: seria en su construcción, en su traslado a la pantalla, en la dirección de sus actores, en el montaje y la edición. El trabajo de un director es serio, bien sea una comedia o un thriller policial. Es su primera película dramática, pero no su primera obra seria, ni siquiera por los temas que se tocan. Si Allen tiene algo, es que desde sus inicios ha demostrado interés por temas tan serios como la muerte y la religión, sólo que los abarca con un sarcasmo delicioso que no hace, sino que te partas de risa.
Woody Allen nos sorprende esta vez, quizás, con una construcción de personajes más visiblemente profunda, donde las cuotas de melancolía y depresión se encuentran más visiblemente arraigadas a sus personajes, y resalto lo de “visiblemente” ya que los personajes atormentados son siempre el objeto de deseo de este director, empezando por su propia personalidad, pero en ésta obra sientes el peso de esa melancolía y de esa depresión ya que no se aligera con sus chistes y remates siempre maravillosamente bien posicionados en el guion, sino que conforman la esencia misma del film.
Lo que mejor se le da a Allen en sus filmes dramáticos es la profundidad del ser humano, es tan dramático como profunda es la naturaleza humana, sin adornos, sin tramas incomprensibles ni citas filosóficas rebuscadas, la profundidad humana es en si complicada y oscura y esto es lo mejor que Woody Allen sabe transmitir en éste, su primer drama y en todos los que le siguieron con el paso de los años.