Cuando a finales de 2024 se anunció el estreno de la nueva versión de Nosferatu, no había mejor ocasión para volver a ver o ver por primera vez las versiones anteriores del posiblemente más famoso vampiro que ha dado el séptimo arte. Sin embargo por razones logísticas había una película que personalmente me dejé en el tintero y que en comparación a las otras obras magnas estaba más relegada a un segundo plano, ahora con la llegada de octubre y reincidiendo en mi fascinación por los vampiros, que mejor momento que traerla a la palestra.
En 1921, Friedrich Wilhelm Murnau está dispuesto a rodar Nosferatu. Para su hazaña ha contratado a Max Schreck, a quien Murnau trata de justificar su peculiar comportamiento durante el rodaje y ante el equipo alegando que es un actor de método formado por Stanislavski. Pero lo que el equipo desconoce es que Schreck es un vampiro real y que si logra contenerse durante la filmación, obtendrá como recompensa a Greta, la protagonista de la cinta.
Es de una brillantez absoluta usar la leyenda de Max Schreck como un vampiro real y en base a esa leyenda negra hacer una película que sirva tanto como un relato metaficcional de un making of como una divertidísima cinta de terror. Por supuesto, el componente de ficcionalizar los hechos está bien presente y el filme no pretende darse aires de grandeza con un rótulo al principio que rece “inspirado en hechos reales”, sino que con su tono desenfadado desde el principio cuando se ve a Murnau y su troupe en pleno rodaje hace al espectador partícipe de los hechos, contemplando desde la distancia las tensiones de la producción, conociendo a personajes de lo más peculiares y creando su propia narrativa en torno a Schreck. Aunque sería muy fácil reducir el rodaje de Nosferatu a una simple sucesión de hechos, a un detrás de las cámaras caprichoso para los más fanáticos, la dirección de Merhige y el libreto de Steven Katz hacen que el resultado sea más próximo al de The Disaster Artist, un ejercicio de metaficción desternillante que su grandeza también reside en lo que ocurre tras bambalinas.
Y sin ser su principal cometido, es muy loable el trabajo de recreación de la época que logra Merhige. Nuevamente, tomándose algunas libertades pero todo en pos del espectáculo. La dirección de actores con el cine mudo, las características técnicas con las cámaras para lograr la imagen perfecta, la vanidad desmedida de algunos de los actores, los delirios de grandeza del director, las localizaciones reales que se sienten como un personaje más o los problemas entre el ala de los productores y el talento creativo son una parte intrínseca del filme, y evidentemente si uno está familiarizado con el Nosferatu original la experiencia es más enriquecedora.
Ahora bien, la película se lo juega todo a la carta de Max Schreck y su comportamiento. Es estimulante ver como pequeñas manías o técnicas que incluso hoy en día podrían considerarse propias de un “actor de método” muy comprometido con su trabajo se van tornando más sospechosas y extrañas hasta que finalmente queda expuesta su verdadera naturaleza. El rodaje se vuelve mucho más convulso y la tensión va creciendo hasta que ese monstruo, esa criatura parece haber tomado el control sobre todos. Aunque una vez revelado el verdadero objetivo de Schreck, ese halo de misterio y el juego que tenía consigo la cinta sobre la auténtica forma del actor se evapora con rapidez, haciendo que la espera hasta el clímax, (un cíimax muy potente que conjura muy bien la metaficción con la parte fantástica o de terror) se haga pesada y donde quedan expuestas de una manera más visible que la historia es el show de uno o como mucho de dos figuras.
Y esas dos figuras, como no, no son otras que Schreck y Murnau. John Malkovich como Murnau representa a las mil maravillas al realizador inquieto, muy histriónico y con ese aura de genio de llevar a cabo su trabajo cueste lo cueste con tal de crear una obra de arte. Pero quien sin ninguna duda tiene la actuación más destacada es Willem Dafoe con Schreck, no solo porque desaparece completamente detrás de las capas y prótesis de maquillaje, sino porque su mera presencia es siniestra y amenazante desde el minuto uno hasta el final, donde da rienda suelta a su poder, fuerza y ansias.
En definitiva, es un curioso homenaje con sus partes más dramatizadas a una de las películas de terror más reconocidas de la historia.