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La vida de Adèle

La vie d’Adèle, la flamante Palma de Oro de la última edición del Festival de Cannes. A estas alturas demasiadas cosas se han dicho ya sobre ella y demasiadas declaraciones han aparecido en su entorno y no todas amables. Misión imposible acudir virgen a ella pero si se pudiese seguramente la experiencia mejoraría.

Antes que nada quiero dejar de lado dos temas que envuelven espesamente la película hasta tal punto que, ésta casi no puede respirar por lo que es en sí misma. Por un lado el tema del sexo explícito. Sí, ya lo he nombrado y ya está, no hay más que decir, está allí, bienvenido sea. Por fin, alguien se atreve a mostrar sexo entre mujeres aunque, como siempre y hasta cierto punto normal debido a la identidad genérica del director, la visión coge tintes bastante masculinos. El otro tema es el cómic de Julie Maroh sobre el que está basada la película. Prefiero dejarlo de lado porque no considero que tengan mucho que ver, salvo algunos dibujos que realmente parecen ser parte del story board de la película; el director los ha calcado. Pero poco más tienen en común.

La vida de Adèle

Aclarado esto pasemos a ver la película, a sentirla más bien ya que si algo tiene La vie d’Adèle es sentimiento, es tacto, es roce. La absorción que Kechiche realiza de emociones para posteriormente volcarlas en pantalla es admirable. Con maestría filma planos llenos de vida, de sexo, de pasión, de amor. Primeros planos no sólo de la piel sino de lo inmaterial, de aquellas sensibilidades que sólo se captan si estas atento o si tienes la suerte (o desgracia) de haberlas experimentado. La fuerza se esconde ahí, en su incorporeidad. En las caricias más intangibles las que no se dan con la piel pero que se sienten de un modo mucho más intenso.

Un ejemplo lo podemos ver en la escena en que Adèle y Emma, las protagonistas, empiezan a conocerse. El marco es inmejorable, bello, tranquilo. Las dos en un banco rodeadas por una naturaleza que las esconde del resto de los mortales, sólo existen ellas dos. La escena, como decíamos, visualmente está muy lograda, es agradable, buena composición y todo lo demás. La escena puede alargarse unos cinco minutos, quizás diez o treinta, no importa demasiado porque el momento que realmente concentra toda la fuerza ocurre en un segundo. En un flash, un instante de extrema intensidad. Adèle le escribe en un papel su teléfono a Emma para que ésta permanezca en contacto con ella, mientras escribe y tiene la mirada en el papel vemos a Emma que la observa con unos ojos que parecen talmente que tengan dedos, pongamos cincuenta y que con todos ellos está acariciando a Adèle. Es un segundo, es breve, es intangible pero está allí. Esos átomos de sensibilidad son los que dan fuerza a esta película que, no nos vamos a engañar, duele.

Crítica película La vida de Adèle

La ternura es bella, es agradable pero a la vez, como cualquier intensa emoción, duele. Un choque que cuando se produce es insoportable y lo es de tal modo que, por mucho que se quiera es difícil de olvidar. Se convierte en un rescoldo que para siempre queda en nuestros más íntimos refugios anímicos. La desesperación, el dolor y la ilusión por una volátil esperanza se dan lugar en una de las más emotivas escenas de la película. La escena del café. Una escena que refleja esa oportunidad que a más de unos nos habría gustado poder tener. Un posible último diálogo, un posible último momento.

Entre toda esta sensibilidad, que no “sensiblonería”, están las dos actrices protagonistas Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux. Su interpretación es magistral. Unas interpretaciones que quizás más que la película serán recordadas. Su trabajo es un darlo todo constante. Su manera de expresar emociones y sentimientos en breves instantes es sorprendente. Desde un pequeño movimiento de ojos o un ligero temblor de labios hasta una gran explosión dialéctica o un derrumbarse por completo. Un derrumbarse que te arrastra con ellas, que te deja aplacado en la butaca sin saber a donde ir, exhausto y compungido.

Crítica película La vida de Adèle

La vie d’Adèle tiene algunas espinas como algunos tópicos o visiones que se le escapan al director, algunas resoluciones o actitudes que hacen querer pegar un salto y gritar ¿pero esto qué es? Pero no lo hacemos y somos benévolos porque el conjunto lo merece. Después de un regalo para los sentidos tal, las posibles espinas se difuminan e incluso parece que no pinchen con tanta fuerza.

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