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Crítica de la película Los odiodos ocho

Salgo del cine. 1:49 de la madrugada. Qué disfrute. Esta semana tenía pensado escribir sobre la segunda temporada de True Detective, y los sentimientos encontrados que me ha generado. Quería hablar brevemente sobre las grandes inversiones que se hacen hoy en series. La fuga de ilustres guionistas, productores de pedigrí, y grandes actores y actrices, hacia este sector. De lo que mueven hoy, y cada vez más, las series. Pero qué va. Imposible. Desecho la idea.

Quentin Tarantino es talento puro. Habrá algún que otro “hater” trasnochado por ahí, e imagino que tirará de argumentario esnob repetitivo. Que si tanta sangre complaciente acongoja. Que la violencia excesiva acaba generando estupor. Que si el parloteo brillante habitual en sus películas acaba resultando pretencioso y pedante. Son argumentos tan manidos y trillados como merecedores de una colleja a tiempo (o a destiempo, según el caso) lo son sus autores. El talento no puede estar bajo sospecha, que decía Montes.

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Los ocho odiosos es paciente (dios me salve de decir lenta). Sutil. Detallista. Gozas con sus primeras imágenes. Sin prisas. Y no hablo de intenciones de planos, de voluntades del director en mostrar esto o lo otro. Hablo de calidad. De belleza. De un Morricone infalible en la música. De una fotografía potente. Pero todo despacito, con un constante y divertido ejercicio individual que va haciendo el espectador esforzándose en intentar preveer cuando se liará aquí el asunto. Para que el lector me entienda, algo así como coger la escena de Malditos Bastardos de la taberna (la de ritmo más pausado con diferencia) y dedicarle una película entera esta vez.

Y se lía, claro, no es Spoiler esto. Es evidente, es Quentin. Pero a su debido tiempo.  Lo que él hace es algo parecido a los preámbulos sexuales, donde te controla, te embauca, hasta llevarte al éxtasis. Sabiendo como sabemos que esos preámbulos pueden generar placer en sí mismos, sin necesidad de ese “final”.

Porque el groso de la trama se desarrolla en una posada de generoso tamaño, donde ocho personajes indescriptibles parece como si jugasen al Qué tengo en el coco.

La cinta, por cierto, dura algo más de tres horas. Una pena. Se queda uno con ganas de buscar ese enlace para el siguiente capítulo, como en las series. Y bueno, en fin. Que a esto va uno al cine. A salir con ansia de contarlo.

 

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