La pasada semana se cumplían veinte años de la muerte de Giulietta Masina. Así nos lo recordaba uno de los, desgraciadamente, escasos programas de cine que existen actualmente en la parrilla nacional. Escogieron para recordar a la actriz una de las más hermosas películas que realizó bajo la batuta de su marido el director italiano Federico Fellini, Las noches de Cabiria.
Personalmente creo que ésta y La Strada son dos de las joyas más tiernas que jamás realizó el director, ambas protagonizadas por Masina.
Pero hablemos de Cabiria, la tierna prostituta que nos roba el alma en cuanto la vemos. Difícil es no enamorarse de este maravilloso personaje fabricado por el director y a quien nadie más podría haber dado mejor vida que Giulietta Masina. Cabiria es Masina y Masina es Cabiria, son indisolubles. La magia que nos enamora de la protagonista sale de ese pequeño cuerpo lleno de expresiones y energía que emanaba a raudales la actriz italiana. Sus gestos cómicos conmueven en mitad de unos días llenos de desolación y de unas noches que, una tras otra, no hacen más que hundir en el fango, cada vez más, los sueños de Cabiria, aunque ella siempre encuentre un fino hilo de esperanza al que aferrarse y por el que sonreír de nuevo.
En los suburbios de Roma, lejos de bellos y famoso monumentos, de riquezas y de turistas es donde sobrevive la entrañable prostituta, rodeada de otras mujeres de la calle, de gente sin hogar, de ricos en otros tiempos venidos a menos que ahora pasan las noches en cuevas bajo tierra. Una Roma apartada del más amplio conocimiento pero que también existe. La Roma que tan bien representaba en su cine Pasolini quien, colabora en la escenografía de la película.
El mundo Felliniano desfila por la periferia de la ciudad. Gente grotesca, putas, ladrones, personas sin escrúpulos, mujeres exuberantes, monjas y curas. Decepciones ilusiones, magia y desesperanza todo ello se mezcla en la historia de unas noches que una vez entras en ellas se quedan contigo para siempre, su esencia, su pobreza, sus desatinos y su luz, Cabiria.
