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Los perros no llevan pantalones

En 1994, se lanzó al mercado el famoso segundo disco de Nine Inch Nails, The Downward Spiral. Uno de los singles más famosos de la banda extraído del mencionado disco es Closer, una canción con la que la mayoría del público solo se queda en la superficie por su letra explícita. Sin embargo, si uno indaga más comprobara que se trata de una letra que encierra mucho odio, dolor y cierto afán de autodestrucción, unas características y temáticas similares a la película que vengo a comentar hoy. Tal vez no sea un caso que se preste tanto a la malinterpretación como el tema compuesto por Trent Reznor, pero sí hay que ir apartando capas para llegar al fondo de la cuestión.

Juha es un cirujano que perdió a su mujer a causa de un ahogamiento. Años después, Juha sigue sin superar su muerte. Pero las cosas parecen cambiar cuando conoce a Mona, una dominatrix que está más que dispuesta a castigar a Juha, así como él tiene el deseo de que le castiguen. Sin embargo, la extraña relación parece salirse de control y ninguno parece saber muy bien donde están los límites.

Que el inicio de la cinta cargado de contrastes ponga a los espectadores sobre aviso: Esta no es una película para los débiles de corazón. No porque haya grandes cantidades de vísceras ni sangre, ni siquiera con el tema de los fetiches BDSM el asunto se vuelve tan explícito que resulta grotesco, todo lo contrario. Pero no porque no cause una repulsión inmediata significa que se corten a la hora de mostrar estas prácticas sexuales, tan solo que ese sexo y esa violencia no resulta gratificante a ninguno de los sentidos, sino más bien se respira una atmósfera enrarecida donde las situaciones van de cero a cien en un parpadeo.

Los perros no llevan pantalones

Las sensaciones potentes generadas por la atmósfera están muy relacionadas con los contrastes. Admito no haber visto mucho cine de Finlandia, pero la trama y la forma encajan a la perfección con la realidad de los países nórdicos. Un modo de vida sencillo donde la población es aparentemente feliz y que se vende de cara a la galería como un estilo de vida al que hay que aspirar, solo que cuando uno va rascando esa superficie idílica se encontrara una inmensa podredumbre a punto de estallar. Estéticamente, este aspecto es muy notable en los escenarios, el como las calles y los edificios cotidianos donde habitan los personajes se sienten sobrios, uniformes y grises y cuando se entra a los sitios donde yace toda esa violencia, ese dolor y ese odio, el fondo se transforma en un sitio oscuro de luces chillonas, látex, arneses y todos los aparatos con los que hacer realidad los deseos más ocultos, como si de un descenso a los infiernos se tratase para finalmente alcanzar el paraíso.

Y a pesar de toda su llamativa estética y su inseparable tratamiento de cómo se pueden desdibujar las fronteras entre placer y dolor, el tema principal solo usa el BDSM como vía de escape ante un dolor mayor que va más allá de lo físico en el caso de Juha. Un dolor que se transforma en odio hacia él mismo. A partir de ahí se crea un vínculo muy interesante entre Juha y Mona, donde ambos tendrán que experimentar cosas nuevas que de otro modo no habrían sido posibles. Se crea así una relación retorcida que podría haber salido de la mente de Cronenberg o que tendría puntos en común con Piercing, solo que se las ingenia para ser orgánicamente un drama romántico, retorcido pero romántico al fin y al cabo.

Los perros no llevan pantalones

Al llevar el peso de la historia, las interpretaciones de Juha y Mona son las que se llevan los focos. Y ambos ofrecen unas interpretaciones muy buenas y el viaje interior de Juha no decae nunca, pero es Krista Kosonen quien merece todos los aplausos por su Mona. Por su presentación como la implacable dominatrix, aunque, como no podía ser de otra forma, luego se revela un lado bastante más humano que la actriz borda y en ocasiones desdibuja con éxito la línea entre la dominatrix de ese microuniverso y la persona corriente con una vida igual de mundana.

El único pero menor que se le podría encontrar es que se echa en falta un mayor desarrollo para el resto de los personajes aparte de Juha, pues su trauma es comprensible y se desarrolla adecuadamente, pero teniendo un número reducido de personajes como Mona o Elli, la hija de Juha queda la sensación de que se podría haber indagado más en ellas, especialmente en el caso de Elli por tener un contrapunto familiar a su padre. Pero este pequeño fleco no empaña una experiencia muy potente y peculiar en el mejor de los sentidos.

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