Magnolia
Más allá de mi absoluta preferencia por el cine de terror, las películas con historias cruzadas o interconectadas son una debilidad personal. Siempre que la ocasión lo permite no dudo en deshacerme en elogios hacia El atlas de las nubes, un trabajo colosal con dicha estructura. Sin embargo había una cinta con esta temática que se me venía resistiendo desde hace tiempo pese a las magnificas opiniones que cosechaba y finalmente hoy es el momento de elogiarla como se merece.
La película sigue nueve historias en el Valle de San Fernando, un número de historias que aparentemente no tienen nada en común aparte de la localización. Pero por pequeños detalles e hilos entre ellas están más interconectadas de lo que parece a simple vista.
A pesar de la sinopsis genérica, una vez empieza el filme queda claro que genérica es el último adjetivo con la que calificarla. Y es que solo con el impresionante trabajo de presentación de personajes y el milimétrico montaje con el leitmotiv de la cinta, las casualidades que en el fondo no lo son tanto, uno tiene la certeza de que ciertamente está ante algo muy especial. Pero lo más curioso es que a pesar de ese titánico trabajo en las formas, temáticamente tampoco busca una grandilocuencia por sobre todas las cosas. Quiere tomarse su tiempo en contar los dilemas de cada personaje que, por otra parte, no dejan de ser conflictos cotidianos, llevados al límite en algunos casos como si se tratase de tramas o arquetipos sacados de la filmografía de los Coen pero a la vez siendo plenamente fiel a la filmografía de Paul Thomas Anderson, poniendo a California en el foco de la acción y que dentro de la mundanidad de sus personajes sacar pequeños detalles para hacerlos memorables.
Suele pasar que en casos no solo cinematográficos, sino también literarios, donde hay múltiples historias ya sean separadas o interconectadas que no todas resultan igual de interesantes. No seré yo la que diga que Magnolia es la excepción a la regla, pero si es cierto que tal y como están empastadas las escenas una vez más gracias al excelso trabajo de dirección con planos largos a base de steadycam, zooms alocados e imposibles, encabalgamientos sonoros y visuales que dan un nuevo sentido al medio audiovisual y montaje de matrícula de honor están conformados de una manera tan dinámica que no parece que la cinta tenga la duración que tiene. Todos forman parte de ese sencillo y a la vez cuidado mosaico de vidas cotidianas que no busca otra cosa que narrar historias sobre reconciliarse con el pasado y el poder que otorga el perdón, unos temas que pueden no parecer gran cosa frente a la ambición narrativa que tenia el largometraje de las Wachowski y Tom Tykwer, solo que en ocasiones las cosas que parecen más inofensivas son las más poderosas.
Por si fuera poco, el grandioso trabajo de hilar las historias con pequeños detalles pero dentro de lo terrenal, llega el tercer acto, cuando todos los personajes están a un límite físico y emocional severo donde ninguno de sus dilemas parece tener solución, Paul Thomas Anderson decide hacer un doble salto mortal tomando a base una decisión narrativa surrealista como pocas se han visto en pantalla, resolviendo a su particular manera todos los cabos sueltos que quedaban en la historias y brindando un alivio catártico que para algunos será hilarante mientras que para otros terminara de sellar su destino. Una decisión que podría haber caído en el más estrepitoso de los ridículos y que solo con el bien hacer y el control del director sobre su película sale indemne.
Hablar largo y tendido sobre la totalidad del reparto sería extenderse demasiado, casi tanto como la propia película. Por eso me centraré en algunas de las interpretaciones que más destacan o más llegan a sorprender dentro de su contexto. Tom Cruise como Frank T.J. Mackey construye un papel sin igual, fácilmente extrapolable a los gurús vendehúmos de internet de hoy que acaba teniendo un viaje emocional un tanto inesperado y que demuestra porque es una estrella con todas las letras de la palabra, Philip Seymour Hoffman como en benévolo enfermero que trata a toda costa de cumplir con la última voluntad de su paciente terminal, y Melora Walters como Claudia, un personaje en una clara espiral de autodestrucción que aunque la rodee tanta niebla se siente como un ligero rayo de luz.
Al final del día el logro mas encomiable de la película es hacer que parezca fácil todo lo que contiene, tanto en formas como en mensaje. Esa capacidad que hace tan grande al cine de autor pero que al mismo tiempo no tiene porque resultar enrevesada o inaccesible. Es al final juntar lo mejor de cada casa para tener un resultado inconmensurable, un pequeño gran milagro como pocas veces se ha visto.