Metrópolis
Ante todo, ¡feliz Año Nuevo! Vuelvo a mis andares por Filmfilicos de la mano del cine clásico. Como dicen que “año nuevo, vida nueva”, y terminé con el pequeño ciclo de F. W. Murnau, ahora damos paso a otro gran director del periodo mudo de Alemania: Fritz Lang. Hoy hablaré de Metrópolis, un film de 1927 futurista que, a pesar de los casi 90 años que tiene, puede seguir recibiendo este adjetivo.
Hablar de una película como Metrópolis es hablar de algo muy grande. De algo con lo que nunca se termina. Es una de esas películas que cada vez que uno la ve, tiene algo nuevo que aportar. Es una película con la que aprender del ser humano, y también para disfrutarla como un enano. Y si es bigotudo, mejor. Si con el bigotudo bajito habéis pensado en Hitler, estáis de suerte, por qué el chiste se refería a él. Sí, queridos lectores, éste era el film favorito de Hitler. O al menos eso dicen, porqué yo, personalmente, no tuve el (des)honor de conocerle en persona. Por lo que se ve, el dictador era tan fan del cine de Lang, que se le ofreció a éste el cargo de director de la UFA, productora cinematográfica de Alemania de títulos tan importantes como El Gabinete del Doctor Caligari, pero que a su vez, también lo era de propaganda nazi. Por suerte, Fritz Lang estaba en contra del nazismo y decidió emigrar a Francia, para terminar en Hollywood y acabar allí con una estupenda filmografía dedicada casi al 100% al cine negro. Agrego también que para su emigración, abandonó a su mujer en Alemania, ya que ella sí estaba de acuerdo con las ideas nazis y parecía llevarse bien con Hitler. Y cuando digo abandonar, me refiero a que Lang, tras la propuesta de la dirección de la UFA, cogió el primer tren que iba a París y se fue, sin decir nada a nadie. ¡Grande!
Bueno, dejemos el cotilleo y hablemos de la peli en sí, ¿no? Metrópolis es uno de los filmes más importantes del Expresionismo Alemán. Una película que ha dejado huella en toda la historia del cine posterior. Se haya visto o no, a todos debería sonarnos la imagen del robot que protagoniza, o coprotagoniza, la historia.
Metrópolis trata de cómo un joven rico hijo de un poderoso hombre de negocios conoce un mundo totalmente diferente al suyo a través de una muchacha de quien se enamora. Si el joven vive con todo lo que quiere, con todas las mujeres que pueda desear y sin la necesidad de trabajar en nada, conoce a los que hacen todo el trabajo sucio por él, para que los de arriba puedan seguir viviendo a todo lujo. ¿Pero qué pasaría si todos los obreros se revelaran ante los que tienen el poder? Pese a los esfuerzos de María, la mujer de quien se enamora nuestro protagonista, y éste, por intentar querer llevar a los obreros por el camino de la paz y el amor para seguir adelante, un malvado científico construirá un robot igual a María para incitar a los obreros a acabar con el mundo de los de arriba.
Como la película está caracterizada por sus decorados futuristas, creo que sería importante parar aquí para hacer pequeñas observaciones sobre estos. El film está dividido en dos mundos: el de arriba (los que mandan) y el de abajo (los obreros, los mandados).
La ciudad de arriba, liderada por el padre del protagonista, que esclaviza a sus trabajadores para seguir aumentando en riqueza y hacer que su ciudad siga en pie, está construida a partir de grandes rascacielos, de formas diferentes y rodeados de luces, en los que hay habitaciones blancas y enormes con poco mobiliario, pero con grandes y extrañas máquinas que ayudan a los empresarios a llevar sus cuentas y a tenerlo todo controlado. Los alrededores de los edificios están decorados con grandes y largas carreteras colgantes con rápidos coches que cruzan el lugar. Y por el aire, varios aviones sobrevuelan la ciudad. Para el ocio, la ciudad también tiene blancos y grandiosos estadios y grandes jardines donde fuentes dejan caer bellos chorros de agua.
En definitiva, la ciudad de arriba está llena de luz y colores claros que puede simbolizar la tranquilidad con la que viven los ciudadanos de allí.
En este espacio destaca también el laboratorio del científico loco, que se trata de un edificio de arquitectura totalmente expresionista. Con paredes torcidas y ventanas sin ángulos rectos, el laboratorio está provisto de máquinas, tubos, probetas y extraños ungüentos, y parecemos caer en el mundo del Doctor Frankenstein. Y sin alejarse de la famosa novela escrita por Mary Shelley, Lang convierte al científico en un hombre que ha pasado largo tiempo creando vida. Pero en esta historia, como hablamos de máquinas y no de muerte, es la chatarra y la electricidad la que se convierte en un monstruo creado por el hombre. Un robot que no tardará en copiar el rostro de María para poder seguir predicando a los obreros… a su manera. Mejor dicho, a la manera de su amo, el científico.
El submundo es un lugar constituido de edificios iguales con pequeñas ventanas, la mayoría sin luz, como el futuro de estos obreros, y lleno de humo, sombras, relojes y máquinas demoníacas (el protagonista las ve así literalmente cuando entra por primera vez) que funcionan gracias a los trabajadores bajo las órdenes de los de arriba. En comparación con el mundo de arriba, está envuelto de oscuridad y habitaciones repletas de extraños objetos, simbolizando la opresión y el mundo oscuro a los que están sometidos los obreros. Los accidentes laborales son el pan de cada día en la historia, mientras que los trabajadores siguen trabajando en las mismas situaciones infrahumanas hasta que deciden rebelarse.
Las catacumbas del submundo son otro lugar con el que Lang juega a darle doble sentido. Si bien las catacumbas se nos presentan como lugar de muerte, llenos de pasillos oscuros y sucios con calaveras y cuerpos muertos por doquier, también se nos muestra que a partir de ellos se llega al lugar más luminoso de este inframundo. Una especie de santuario donde los trabajadores se encuentran con María, quien aparece siempre entre velas, como si de la misma virgen María se tratara. Podríamos hablar de la luz del final del túnel.
Así pues, como era costumbre en el cine del expresionismo alemán, se diferenciaban los dos mundos que construían la película a partir del espacio y de la iluminación: la luz blanca y espacios amplios como sinónimo de felicidad y bienestar (el mundo de arriba), y la oscuridad, las sombras y los espacios cerrados e incómodos como sinónimo del mal (el submundo). Esto está trabajado incluso en secuencias donde los personajes de la ciudad entran en el submundo, así como la persecución del científico por negros túneles a María, atacándola con un cegador haz de luz que la ilumina y no le deja escapar.
El vestuario también es un elemento importante para crear diferencias entre los dos mundos. Los de abajo, todos vestidos de negro, con monos de trabajo, que los convierte en una masa de clones que trabajan igual, caminan igual, acaban su faena igual de fatigados… Mientras que los de arriba (basándonos en las figuras de los dos protagonistas) visten de colores claros como contraste. El blanco, simbolizando pureza, describe a los dos personajes como los salvadores a partir del amor para la revolución que los obreros generarán.
Continuando con los aspectos técnicos, hablemos también de la utilización de los efectos visuales. Puestos según el momento y el estado de la situación, Lang utiliza en numerosas ocasiones las sobreimpresiones. Este efecto lo utiliza en situaciones cargadas emocionalmente, así como la secuencia de los hombres excitados al ver por primera vez a la “nueva” María, juntando en el mismo plano la cara de varios hombres a la vez, seguido de los ojos atentos de ellos. Estas imágenes y efectos han sido recreadas en diferentes películas y videoclips posteriores.
Siguiendo con los personajes, centrémonos en el más sorprendente de la película: el robot, cuyo aspecto fue homenajeado en Star Wars a partir del personaje C-3PO. Con forma de mujer, es el monstruo creado por el científico (cuyo actor, Rudolf Klein-Rogge, ya había trabajado como doctor bajo las órdenes de Lang en Doctor Mabuse, el jugador) para promover una lucha entre las dos clases sociales. La creación de éste es muy parecida a la de la criatura de Frankenstein, con camillas, ataduras y electricidad, pero recordemos que esta película es de los años 20, y visualmente es una escena deliciosa, con trucos de iluminación mucho más avanzados de lo que era normal de ver en esa época. Tras la creación, el robot acaba siendo modificado hasta convertirlo en una mujer igual a María, que predicando exactamente lo contrario que la mujer real, termina por apoderarse de la mente de los trabajadores para lograr que sigan sus propósitos. La nueva María se nos presenta con un baile erótico al público de la ciudad de arriba, con poquísima ropa (nadie debería irse a la tumba sin antes ver este baile, y la secuencia de la creación del robot). Entended el revuelo que se formó en torno a la actriz cuando salió la película a la luz. Desde luego, ovarios tenía.
Pese a que las dos Marías fueran la misma actriz, obviamente, estaban representadas de diferentes maneras: la María de carne y hueso predica el amor, con un maquillaje muy suave y bastante natural y con movimientos lentos y dulces; mientras que la María robot es representada como la mujer del pecado que predica el mal y desea la destrucción, cuyo cuerpo es deseo de todos los hombres que la rodean, con un maquillaje de ojos más negro, por lo tanto más agresivo, y movimientos rápidos (como eléctricos) y sensuales, sin olvidar también la utilización de sus ojos y sus miradas.
Los intertítulos, igual que pasaba en otras películas mudas (como Amanecer de Murnau, cuya película ya hablamos de ella en un pasado post), aparecen jugando con efectos que simulan las situaciones que el relato de la película nos cuenta. Así como subidas y bajadas de sus frases (un ascensor) o frases que forman una torre (la Torre de Babel).
En varias ocasiones, Fritz Lang recurre a la religión cristiana para crear paralelismos. María explica en el santuario subterráneo la historia de la Torre de Babel (como sinónimo del poder y sobre cómo los de clases bajas y mano de obra extranjera elevan una torre con sus propias manos hacia el reino de Dios mientras son mandados por los de arriba –además, irónicamente, si lo pensamos bien, de esta manera son los de abajo los que, tras mucho sacrificio, llegan arriba, por encima de los de la clase alta-); y Moloch aparece en una máquina, engullendo con sus grandes fauces a los obreros derrotados tras un accidente laboral (la Biblia explica cómo a este dios se le ofrecían sacrificios, y se le rendía culto a él ante una figura en el que estaba representado, colocándole en la boca los sacrificados -normalmente niños-. Incluso, esta estatua podía estar dotada de unos mecanismos -cadenas- que permitían mover los brazos de la figura para hacerle llegar los cuerpos a la boca). Lang se las tenía todas pensadas, hasta en el hecho de escoger un dios que se le rindiera homenaje con mecanismos, mecanismos como los de las máquinas, cuyos engranajes no dejaban de ser los obreros del submundo, que trabajaban diez horas diarias.
En definitiva, hablar de Metrópolis es algo complicado, porque hay dobles sentidos por todas partes, todo está meticulosamente pensado, no hay efecto que sobre ni nada que falte y es… algo así como… perfecta.
Y todo esto en una película de 1927. Estamos en el 2014 y sus robots, sus edificios y sus máquinas nos siguen pareciendo futuristas. De hecho, en los films actuales de ciencia ficción, todo sigue representándose de la misma manera. El cine es una gran herramienta para demostrarnos cuán equivocados estamos cuando decimos que el mundo está avanzando…