Otra ronda
Poco importa en la sociedad que uno viva, el alcohol es un componente que está presente en todas y cada una de ellas. Es cierto que en algunos casos su consumo está más reducido, mientras que en otros muchos es casi una persona más entre círculos de amigos, entre la familia o compañeros de trabajo, llegando a causar a largo plazo verdaderos estragos. Este problema es bastante grave en los países nórdicos entre los que por supuesto se encuentra Dinamarca, y es allí donde nos lleva la película de hoy que ha logrado hacerse un hueco en las nominaciones de los Oscars en mejor película internacional y mejor director después de su laureado paso por los festivales.
Martin, Tommy, Nikolaj y Peter son cuatro profesores de instituto que se encuentran en una crisis de la mediana edad completamente desencantados con la vida. Con el objetivo de darle un vuelco a todo, los cuatro se someten a un experimento en el buscarán seguir la teoría de Finn Skårderud, un psiquiatra que afirma que los seres humanos nacen con un determinado nivel de alcohol en la sangre y que gracias a ello se vuelven la mejor versión de ellos mismos. Pero pronto descubrirán que al igual que el experimento tiene su parte positiva, también tiene consecuencias muy nocivas.
Con una premisa tan llamativa, no resulta sorprendente que la cinta maneje con muchísima soltura los tonos dramáticos y cómicos, casi como si se tratase de una ronda de varias copas con los diferentes efectos a medida que más de va bebiendo. De este forma, comienza presentando a los personajes en sus entornos y porqué están tan resentidos hasta que parecen ver una pequeña chispa que les empuja a seguir adelante, el subidón que produce ese primer trago hasta el punto de transformar al grupo de profesores en personas totalmente distintas y como el experimento acaba teniendo efectos muy destructivos en ellos y en sus entornos. Pero el grandísimo mérito que tiene la película es que en ningún momento va de moralista, pues las consecuencias del abuso del alcohol son lo suficientemente graves como para que el espectador emita sus propios juicios.
Al final el alcohol acaba siendo el gran protagonista del filme, pues es un tema lo bastante interesante para generar reflexiones de manera sutil: La facilidad con la que los más jóvenes lo ingieren, como lo normalizan y lo verbalizan como quien se toma una bolsa de caramelos, el saber que existe un problema con dicha sustancia a lo largo de todo el país pero que igualmente no se hace nada por remediarlo o pararse a pensar sobre ello; o la evidente naturaleza dual del mismo, en la que es la justificación perfecta para la celebración o un mal día. Todos estos temas, al igual que la propia cinta, se mueven entre la tragicomedia y los tonos de gris. Hay que recalcar que con este tono la trama resulta imprevisible hasta el último fotograma y como consecuencia de ello, el ritmo es prácticamente impecable durante la mayoría del metraje.
A nivel técnico, la película adquiere el toque realista que pide la historia gracias al prologando uso de cámara en mano, enfatizando la sensación de estar viendo a los personajes desenvolverse en su entorno natural; planos largos fijos si se ve al personaje en cuestión solo o planos largos de suaves paneos si se trata de una conversación entre varias personas, contribuyendo a ese ambiente realista, y un gran uso de la luz natural a través de los claros y los oscuros, muy en concordancia también con la comedia y el drama que lo envuelven todo.
Pese a que son cuatro los competentes del grupo y todos poseen vidas diferentes entre ellos, por lo que el desarrollo del experimento les acaba afectando de maneras distintas, los espectadores siguen más de cerca el viaje de Martin, interpretado por un Mads Mikkelsen en estado de gracia que podría haber sido un serio candidato a la nominación como mejor actor y que ya había trabajado con Vinterberg en la igual de excelente La caza. No es de extrañar que el director opte por centrarse en él, ya que es el personaje que mejor refleja los efectos del experimento. Resulta muy sencillo saber lo que está sintiendo en todo momento gracias a la expresividad de sus ojos, desde su inicial hastío con la vida, pasando por la euforia en la primera fase del experimento hasta la caída a los infiernos en el segundo y tercer acto, como si de una rocambolesca montaña rusa de tratase.
Al final uno se queda con una sensación agridulce por ese viaje cargado de altos y bajos que se antoja cíclico. Porque finalmente, por mucho que gracias al alcohol haya un subidón inicial que eleve los sentidos y sea una sustancia que pueda ayudar con la desinhibición es solo una ilusión temporal, pues a posteriori el bajón es más terrible. Solo así la escena final acaba resonando tanto en la mente del espectador: La imagen puede ser brillante y alegre, solo que si uno escarba en el trasfondo ve que el asunto es más turbio de lo que parece. Todo ese trasfondo acaba siendo contradictorio, pero así ha sido el tratamiento del alcohol a lo largo de toda la película, y su escena final es el broche perfecto para todo ese mar de grises.