Strings (Cuerdas)
He dudado mucho antes de decidirme a escribir sobre esta película. ¿El por qué? Podría daros varias razones. Siendo bastante superficial, se trata de un filme protagonizado por marionetas (cuya expresión facial se reduce a abrir y cerrar los ojos), de nacionalidad danesa (la película, no las marionetas) y que sólo podréis encontrar en su versión original en lengua inglesa (aunque los subtítulos en español sí que están disponibles). Por si esto fuera poco, el argumento y el discurso de sus personajes están a medio camino entre una tragedia griega y una de Shakespeare: un rey muerto, un hijo que busca venganza, dos razas enfrentadas, mujeres redentoras y por supuesto, un villano que resulta ser el hermano del difunto y que carece de cualquier ápice de bondad en su corazón.
Pero si sois capaces de deshaceros de los prejuicios que implican este tipo de apuestas filmográficas, y estáis dispuestos a invertir 90 minutos de vuestras vidas en ella, si sois de esos que todavía tenéis la capacidad de maravillaros ante un alarde de imaginación y técnica, os aseguro que valdrá la pena.
Vayamos por partes. Strings comienza con el monólogo interno de un viejo rey, quien deja por escrito a su hijo y heredero el último y mejor consejo que puede legarle antes de quitarse la vida. Desgraciadamente, su hermano encuentra el cadáver y el testamento del monarca y lo arregla todo para que el príncipe, un joven presuntuoso e inmaduro (con la voz de James McAvoy), piense que su padre ha sido asesinado por el líder de una raza enemiga y salga a vengar su muerte.
Obviamente, el punto fuerte de esta obra no es precisamente su sinopsis, sino la forma en que sus creadores han sido capaces de idear todo un universo a medida de estos seres de madera y cuerda. Aquí no hay ningún intento por que el espectador se centre en los personajes y olvide que existe alguien que los maneja desde las alturas. Todo lo contrario. Desde el principio, un cielo cruzado por cientos de hilos, un salón del trono delimitado por paredes pero donde la lluvia se cuela de forma libre, y un anciano que corta con su propia espada el cordón que le une a la vida te demuestra que precisamente las conexiones que parten de los pequeños cuerpos de nuestros protagonistas son la verdadera razón de ser de esta historia.
Podría invertir cientos de palabras en describiros todos los pequeños detalles que dan coherencia a este mundo: el uso dado a los esclavos, el proceso de creación y nacimiento de un nuevo ser, las prisiones sin muros, las puertas cerradas al paso pero no a la vista… Cada pieza es una metáfora que nos habla de temas universales como la verdadera libertad, los prejuicios, la traición, el abuso y las elecciones vitales que pueden determinar nuestra existencia. Pero no lo haré, porque es algo que os animo a descubrir por vosotr@s mism@s. Nunca hubiera pensado, mientras exploraba el catálogo de Filmin en busca de una película con la que pasar una tarde de sábado, que me encontraría con un universo y unos seres que se quedarán para siempre en mi mente y en mi corazón, como en su momento lo hicieran los protagonistas de Cristal Oscuro o La Historia Interminable.
Por otra parte, no puedo dejar de asombrarme por el increíble trabajo de cuatro años requerido por esta producción estrenada en 2004, que hace uso de 10 kilómetros de hilos, 115 preciosas marionetas manejadas por 22 de los mejores titiriteros de toda Europa y los EE.UU, y el esfuerzo de un equipo de rodaje de más de 150 profesionales liderado por Anders Rønnow Klarlund.
Lo sé, no estoy siendo muy objetiva (¡qué pecado en una pseudo-crítica novata como yo!), y me estoy dejando llevar por unas sensaciones que quizás tengan más que ver con el momento en que la visioné o con mi debilidad personal por lo artesanal. Pero hay ocasiones en que el cine no es sólo un vehículo de entretenimiento o evasión, o una forma de dispararnos la adrenalina (que conste que soy la primera en disfrutar del género palomitero), sino una posibilidad de hacernos reflexionar o de dejarnos maravillar por lo diferente, como lo hacíamos cuando no éramos más que un@s niñ@s.