The Love Witch
De todos los seres que existen en las mitologías fantásticas, la bruja es aquel al que más se le relaciona con la feminidad. A lo largo de la historia en diferentes medios se han visto todo tipo de brujas. Pero una cosa es común a todas ellas: Se trata de unas mujeres que viven al margen de las normas sociales y por eso se convierten en seres tan temibles. ¿Y qué mejor día (aunque con un poco de retraso) que el Día de la Mujer para poner el foco sobre este ser tan inherentemente femenino pero poderoso y fascinante para muchos?
Elaine es una atractiva bruja que se acaba de mudar a un nuevo pueblo. Su principal objetivo es encontrar el amor, y para ello emplea la mayor parte de su tiempo dedicándose a preparar pociones, unos brebajes que irán cobrándose varias víctimas. Pero su afán de ser amada la acabará sumergiendo en una espiral de locura.
Lo que más llama la atención nada más comenzar la película es el hecho de que está rodada en Technicolor. Tiene una estética tan llamativa que cualquiera pensaría que la cinta se ha rodado en otra época cuando lo cierto es que es bastante reciente. Y ese cuidado hasta el más mínimo detalle no solo se traslada a la fotografía, los títulos de crédito o las transiciones, sino que está presente en todo el aspecto visual del conjunto: La dirección artística, el vestuario, el maquillaje, la música o la candencia de los actores al hablar se convierten en protagonistas por mérito propio, reforzando la sensación de que parece una película milagrosa salida de una cápsula del tiempo y es admirable la labor de Anna Biller por crear una visión tan personal y particular para trasmitir su mensaje.
Más allá de la forma en la que está filmada, la cinta cabalga a medio camino entre el homenaje y la parodia, lo que la hace todavía más inclasificable. Y dentro de este subgénero, es muy estimulante la visión que propone sobre la feminidad. Para ello hay que hablar indudablemente de la protagonista Elaine, interpretada por una magnética Samantha Robinson, quien en todos y cada de uno de los planos logra sacar el máximo partido a su belleza y su carisma. La principal meta en la vida de Elaine es encontrar el amor, un amor correspondido al mismo nivel de su entrega. Una meta que puede parecer banal, aunque cuanto más se profundiza en ella más significado adquieren sus palabras y siempre con la visión femenina por delante.
Pero evidentemente no se trata de una chica dócil e inocente, sino de una mujer que sabe a la perfección qué armas debe emplear para conseguir lo que quiere (ya sea su propio cuerpo o diversas pociones), conoce de sobra cómo son los hombres y no teme expresar en voz alta sus anhelos, y mejor aún, no se detiene para conseguir todo aquello que se propone. Todo ello usando el recurso de la brujería para reafirmarla como una mujer fuerte e independiente que se rige por sus normas. Porque al final y al cabo la brujería tiene como gran función reafirmar el papel de la mujer y en cierto modo liberarla hasta que encuentre su verdadero ser a través de su sexualidad.
Por desgracia, el filme queda en su mayor parte reducido a la preciosa estética y a su deseo de reafirmar su mensaje, hasta el punto de que ambos devoran por completo la historia. La trama se va desarrollando de forma correcta y va incluyendo más personajes de los que podría pensarse a priori, de modo que acaba entretejiendo una compleja red de telaraña con varias subtramas. Solo que no todas resultan igual de interesantes y de cara al clímax van de más a menos, llegando a hacerse bastante pesadas y dando la sensación de que los conflictos principales podrían haberse acortado.
En líneas generales, se trata de una rareza casi impensable que exista hoy en día, donde prima la estética y el tratamiento de la brujería sobre la trama, y que hay que verla para comprobar que se puede hacer una película muy contemporánea con un envoltorio tan clásico.