Wish: el poder de los deseos
El impacto cultural y el legado de Walt Disney en cuanto a la animación está fuera de toda duda. Es una fábrica de sueños que le ha regalado al mundo personajes entrañables y temibles, historias basadas generalmente basadas en cuentos y leyendas populares que gracias a sus versiones permanecen en la mente colectiva de niños y adultos y son un referente en el campo de la animación. Con una trayectoria tan amplia y llena de logros, el pasado año la compañía del ratón celebró su 100 aniversario, de ahí es nada. Y con este hito estrenaron una su nuevo largometraje de animación que, para celebrar tan especial efeméride, pasó sin pena ni gloria por cartelera.
Asha es una chica de 17 años que tras un momento de desesperación le pide un deseo a una estrella. Debido a la fuerza de su deseo, la propia estrella cobra vida. Juntas, Asha y Estrella deberán enfrentarse al Rey Magnífico, el gobernante de la ciudad de Rosas y poseedor de los deseos de los habitantes de la ciudad.
La línea entre el autohomenaje y la falta de ideas es tremendamente delgada. Y desde el prólogo queda claro que la cinta busca esa magia especial que caracteriza a las películas de Disney, tramando de fusionar la vertiente más clásica relacionada con los cuentos de hadas ya sean preexistentes u originales con las características más contemporáneas de los últimos trabajos. ¿Y qué mejor forma de construir una historia que no es otra que la autoconsciencia y el poder de los deseos? Sobre el papel la idea pinta bien. Todas esas imágenes de la filmografía de Disney de un personaje frustrado con su situación presente que pide un milagro porque en el fondo de su corazón aún alberga algún tipo de esperanza y esa estrella gigantesca en el cielo brilla con luz propia por encima del firmamento es literalmente el detonante de esta historia. Y curiosamente este punto de partida tiene bastante en común con Stardust de Neil Gaiman sobre el poder de los deseos y la asociación de las estrellas con ese anhelo, de la estrella como la forma más pura de la magia.
Pero lo que es una buena idea no puede solidificarse si no tiene unos cimientos sobre los que sostenerse. Si durante el planteamiento, nudo y desenlace queda una sensación de que todo ya está tomado de grandes éxitos del pasado sin nada nuevo que aportar, la magia de la que tanto habla el filme y que pretende crear no se siente genuina. Podría haberse dado la esperanza que debido a ese prólogo con forma de libro y tipografía tan clásica junto con las aspiraciones más contemporáneas que hubiese sido una valiente subversión de los cuentos de hadas como lo fue Shrek o como hasta cierto punto le dio la vuelta Disney con la propia Tiana y el sapo. Como homenaje a sí mismos hubiese sido cuanto menos algo llamativo.
Sin embargo, ninguno de los personajes termina de destacar por sí mismo, por sus motivaciones o por sus diseños. Es de agradecer que el guion deje claro desde el minuto uno que el Rey Magnífico es el villano de la función al contrario como venía haciéndose en las películas animadas más recientes de Disney donde casi hasta el tercer acto no se desenmascaraba quién era en antagonista, privando a los espectadores de némesis memorables. En el caso de Magnífico tampoco termina de ser un villano para el recuerdo dado que su razón de ser el villano es cuanto menos farragosa, solo que se agradece ese pequeño intento de la senda de antaño, de un villano rodeado de magia peligrosa y ese énfasis de el color verde, un color que en la compañía de Mickey Mouse siempre han asociado con los antagonistas y su maldad inherente.
Llama también la atención que para esta ocasión los responsables de la animación hayan optado por un modelo híbrido de combinar la animación tradicional con la animación en 3D como esa forma de homenaje. El resultado tampoco es especialmente brillante, pues si es verdad que al principio esta decisión al ojo se siente extraña ya que los personajes tienen un diseño tridimensional mientras muchos que los fondos son todo lo contrario, pero después de un rato la vista de acostumbra y sencillamente lo acepta sin más. Esta decisión no engrandece un pobre diseño de personajes, que, intencionadamente, recuerda a trabajos pretéritos que van desde Blancanieves y los siete enanitos a Encanto. Tampoco sirve como buen escenario para unos números musicales correctos que distan mucho de las grandes composiciones conocidas por todos. Para bien y para mal en esta ocasión son mucho más visibles los easter eggs de cada fotograma que sí, por supuesto que sacan una sonrisa, pero tal vez hubiese estado mejor tener una idea más pulida que dejarlo casi todo a la carta del homenaje, por mucha relevancia cultural que tenga. Quizá haya que ser como Asha, pedirle el deseo a esa estrella y mantener las esperanza de que esta ocasión la magia no se ha dado, pero que en el futuro volverá con más fuerza.