Hedwig and the Angry Inch
Es una señal muy positiva que con el paso de los años se produzcan más películas y series con personajes LGBT, pues es un indicativo de que poco a poco el mundo parece estar cambiando a mejor dándoles el merecido foco a este colectivo, hasta hace no mucho invisibilizado en la cultura. Pero por mucho que las ficciones con personajes de dicho colectivo parecen haber llegado para quedarse entre el gran público, no está de más recordar cintas tal vez no tan recientes aunque igual de sorprendentes, como es el caso de la película de hoy que vengo a traer a la palestra aprovechando el Mes del Orgullo.
Basada en el musical homónimo de John Cameron Mitchell y Stephen Trask, narra la vida de Hedwig, una mujer transgénero procedente de Berlín oriental y líder de la banda Hedwig and the Angry Inch. La banda se gana la vida tocando en restaurantes de carretera mientras sus canciones cuentan a ritmo de punk rock la vida de Hedwig, pero el objetivo principal de este es seguir a Tommy Gnosis, una popular estrella del rock de la que fue amante y le robó sus canciones, ahora convertidas en éxitos.
El mejor adjetivo para empezar a hablar de la cinta no es otro que inclasificable. Si ya la historia de por sí suena rocambolesca en el mejor de los sentidos, la forma no se queda atrás durante todo el metraje. Desde su comienzo, la película agarra al espectador y lo sacude hasta los cimientos a base de una descarga visual con el personaje de Hedwig y su banda; y auditiva con canciones punk rock en teoría desenfadas pero cargadas de significado. Lo que podría quedarse en un musical superficial centrado exclusivamente en la pomposidad que hiciese estallar las carcajadas a la primera de cambio o en un drama lacrimógeno donde el punto principal sería la dura transformación y/o aceptación de Hedwig se convierte en algo extraordinario que mezcla el glamour y lo terrenal, lo ordinario y lo fascinante, el drama y la comedia en una perfecta simbiosis capaz de sorprender tanto a los más neófitos como a los que lleven más historial audiovisual a sus espaldas.
Uno de los grandes aciertos de la narración es la forma en la que las canciones van contando mediante flashbacks la historia de Hedwig, de modo que se la llega a conocer mejor, se aprecia con más claridad el cambio de su infancia a la persona que es en el momento presente y el ejercicio de empatía que se establece con ella es fruto de un proceso natural. En todo ese proceso en el que Hedwig se abre en canal al espectador, su cosmovisión está cargada de conceptos muy llamativos sobre lo que es el amor o lo que son las personas. Al tratarse de unos conceptos tan complejos, ¿qué mejor forma de ayudar a ilustrarlos que mediante animaciones? De este modo tan estimulante, toda la filosofía de Hedwig sobre el mundo queda bastante más clara mediante animaciones sencillas que recuerdan a bocetos, casi como si un videoclip de tratase en canciones como ‘Origin of love’, por lo que estos pequeños añadidos se convierten en uno de los puntos álgidos del filme.
Al igual que sucedía en Cómo enamorar a una chica punk, no es casualidad que sea el punk rock el género elegido con el que Hedwig puede expresarse abiertamente y sentirse cómodo, ya que la raíz del punk viene de un carácter de ruptura con lo convencional, tanto estético como de personalidad. Asimismo, el punk y todas las variantes del rock siempre han sido un refugio para todos aquellos que se han sentido solos, diferentes o con la sensación de que no terminaban de encajar, por lo que no es de extrañar que los componentes de la banda se sientan así, como una pandilla de personajes abandonados a su suerte que no tienen nada más que la música para seguir adelante.
Tampoco es casualidad que se haga tanto hincapié en que Hedwig nació en el Berlín Este, pues resulta una excelente metáfora sobre la división en dos mitades (otra vez haciendo gala de la dualidad que se extiende por toda la película), de cómo alguien puede crecer teniendo unos anhelos claros que se le niegan sistemáticamente hasta que tiene la oportunidad de descubrirse ante el mundo tal y como quiere, y que aun así cuando finalmente consigue aceptarse tal cual es sigue teniendo los mismos los problemas, incluso algunos multiplicados.
Al tratarse de la historia casi por completo de Hedwig, todas las alabanzas que le pueden y le deben llover a John Cameron Mitchell son pocas, pues realiza bajo todos los prismas un trabajo excelso donde el actor se come la pantalla con su sola presencia y se mimetiza con el personaje a la perfección, tanto cuando es más excesivo con su variados conjuntos, fruto también de un formidable trabajo de vestuario, peluquería y maquillaje; como cuando se muestra más vulnerable. Y siempre con un control absoluto del tono, que nunca descarrila cuando tendría todas las posibilidades para que ocurriese.
Se puede intentar explicar con mil palabras lo poco convencional que resulta esta cinta, pero ninguna se acercaría a describir con exactitud la experiencia que supone. Es comedia, es drama, es musical, es inconformismo, es ruptura, es un canto irreverente pero profundo a todos aquellos que se sienten marginados y es extraordinaria en cada una de las teclas que pulsa, haciendo de ella una extraña rareza de culto que debería prodigarse más y que no deja a nadie indiferente.