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Hostiles

Para el público general el western es un género más propio de épocas pretéritas. Y si bien es cierto que como género no es tan prolífico como lo era hace décadas atrás, no se puede negar que se siguen haciendo películas y series encuadradas en lo que se puede denominar western, ya sea con aire más clásico o con características más rupturistas. Con esta premisa en los últimos años se pueden encontrar películas tan sobresalientes como Bone Tomahawk o Brimstone, dos ejemplos que encajarían mejor en los llamados neowesterns, mientras que el caso de hoy en teoría pertenece a la categoría más clásica, pero no por ello tiene algunos aspectos más contemporáneos que merece la pena comentar.

Situada a finales del siglo XIX en Nuevo Mexico, la historia sigue a Joseph Blocker, un legendario capitán del ejército al que se le encarga una tarea con la que él no puede estar más en desacuerdo: escoltar a un moribundo jefe cheyenne y a su familia de vuelta a sus tierras en Montana. Blocker acaba aceptando la tarea pese a sus múltiples recelos y bajo amenazas. Si ya de por sí la odisea se antojaba complicaba entre la violencia que impera en el territorio y la tirante relación entre Blocker y el jefe, la cosa se complicará más cuando por el camino se topen con Rosalee, una mujer que es la única superviviente de una familia asesinada por comanches.

No hay nada como empezar una película con una escena muy potente que agarre al espectador por el pescuezo y lo retuerza hasta el tuétano. Salvando las distancias, este inicio puede rememorar al de Malditos bastardos, pues demuestra que en el mundo al que se va a aventurar el espectador no conoce ninguna clase de piedad. Como introducción es inmejorable, pero al mismo tiempo conviene ajustar expectativas para lo que viene a continuación. Es cierto que la violencia y la aridez característica del género siguen muy presentes en la introducción al personaje de Blocker, pero tiene mucho más aire clásico del que se pueda presuponer, al igual que el conflicto que mueve a su personaje. Y sorprendentemente a partir de ese punto, la cinta toma un rumbo mucho más introspectivo de lo que uno cabria esperar, donde impera el viaje literal y metafórico de los personajes por los desiertos de Estados Unidos con un ritmo que pone a prueba la paciencia más curtida.

Por supuesto durante este viaje a lo largo del país se dan todo tipo de contratiempos pero también de encuentros, una muestra de la ligera radiografía al entorno donde todo es o muy blanco o negro. Incluso los personajes protagonistas adolecen de un maniqueísmo muy pronunciado en el primer acto que los azares del destino irán forjando a fuego o suavizando, depende del personaje en cuestión, dándoles unos necesarios matices de gris en una historia que si bien tiene el abc del western y ese aroma clásico, sabe darle una ligera vuelta de tuerca a temas como el retorno al hogar, la forma de plasmar la violencia en un equilibrio medidísimo entre lo explicito y lo sutil, una fotografía donde predominan los planos abiertos para mostrar las grandes llanuras con un inigualable componente cinematográfico y que al mismo tiempo no se siente ultra glorificado, y la duda que genera el título de la cinta, pues el punto principal de la trama cuestiona sin descanso quienes son los verdaderos hostiles, algo para lo que no hay una respuesta fácil y donde no se decanta por ningún bando.

Hostiles

Ese equilibrio temático estaría muy bien si no fuera por el ritmo excesivamente pausado que termina llevándose abajo el resto de la película. Se puede apreciar el intento de querer mostrar una visión más introspectiva del salvaje oeste, pero si falla una conexión emocional con los personajes o un mejor desarrollo de los hechos es normal que el resultado acabe cayendo con más peso. No se puede negar que su tercer acto es consecuente con todo lo que ha ido planteando y les da a los personajes un gran arco de redención, otra constante del género por otra parte, pero para entonces tal vez se sienta como muy poco cuando ya es demasiado tarde.

Entre todo un reparto donde no faltan las caras conocidas, está claro que la batuta la llevan Christian Bale y Rosamund Pike. El primero como ese capitán seco, despiadado y con un odio visceral a los nativos americanos debido a varios encuentros traumáticos que con paso lento pero firme va moldeando su parecer a lo largo de la travesía. Y la segunda porque es un punto de apoyo emocional muy importante con el que Scott Cooper podría haber optado por el camino fácil de la venganza más fría, y aunque su Rosalee se sienta por momentos que merecía un mejor desarrollo, es un buen ejemplo de humanidad en un sitio donde parece el más genuino de los milagros.

Al final toda la cinta se queda en un extraño medio gas que intenta conjurar ambas vertientes del género y que sí es más disfrutable para los seguidores acérrimos, mientras que al resto es probable que les sepa a poco.

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