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La ballena (The Whale)

Si hay dos cosas que se pueden decir de Darren Aronofsky es que sus películas son incapaces de dejar indiferente al público, polarizándolo hasta el máximo; y que es un excelente director de actores, pues sabe exprimir a sus actores hasta el punto de que sus interpretaciones en la inmensa mayoría de los casos resultan memorables y pasan a formar parte del imaginario colectivo. Con estas dos declaraciones de base, no es de extrañar que su nuevo largometraje fuese un proyecto que levantase expectación, para bien y para mal, y ahora que por fin ha llegado a las pantallas de gran parte del mundo con un par de nominaciones a los Oscar bajo el brazo, cada uno puede debatir libre y sanamente sobre este particular nuevo trabajo. Os hablo de La ballena (The Whale).

Basada en la obra de teatro homónima de Samuel D. Hunter, la historia transcurre en una semana en la vida de Charlie, un profesor de inglés con obesidad severa que vive recluido en su apartamento y que en una última oportunidad de redención trata de reconectarse con su hija adolescente.

Al hablar del cine de Aronofsky es inevitable hablar de la oscuridad que lo envuelve todo desde el primer al último fotograma, y la primera toma de contacto con el personaje de Charlie no podría ser más lúgubre, asentando el tono de lo que será la película. Lo segundo que es más llamativo en cuanto a la puesta en escena es la teatralidad escenográfica, donde la acción transcurre casi en su totalidad en una única localización y sus alrededores donde los personajes entran y salen de la escena como quienes aparecen y desaparecen de un escenario. Pero lejos de ser una obra de teatro filmada para el séptimo arte por mucho que su fuente original sea un libreto destinado para ser representado, Aronofsky sabe conjurar ambos lenguajes y fusionarlos para darles el resultado final, de modo que ni el contenido ni las formas se sientan como teatro filmado.

Pero además de esos dos lenguajes para dos medios muy diferentes, la literatura también está muy presente a lo largo de la cinta, de manera sutil y no tan sutil, ya que el leitmotiv de Moby Dick no es casualidad, pues es un texto literario complejo de descifrar y que se presta a varios análisis, por lo que el ejercicio de metaficción con el filme está servido. Y es un estimulante ver como ese pequeño análisis de la célebre obra de Herman Melville, al igual que el propio libro, va mutando su significado conforme va avanzando el metraje, llenándose de matices impensables pero vitales en un primer momento y que, nuevamente vuelven a estar en consonancia con las inquietudes de su director sobre la bondad intrínseca del ser humano, la obsesión, la plausible posibilidad de redención, la metafísica como en La fuente de la vida o la influencia de la religión como hacía en su anterior trabajo Madre!.

Por estos motivos la película no es un burdo ejercicio de regodearse en la miseria del personaje de Charlie ni de su condición. No voy a ser yo quien niegue que, otra vez haciendo gala de la metaficción, Aronofsky sea consciente de toda la intrahistoria que arrastra Brendan Fraser y que eso lo hace el candidato ideal para el papel, porque negarlo sería engañarme a mí misma y engañar al público, ya que hay algunas escenas de la cinta que se pueden sentir como si el director se hubiese pasado de frenada y solo buscase la lástima y la burla fácil. Pero son unas escenas que si bien buscan el impacto y las sensaciones fuertes de cara al espectador, si se sabe mirar más allá de ese primer impacto descubrirá que el principal objetivo de la película no es señalar con índice las penurias de Charlie ni hacer un chabacano trabajo de porno miseria, sino que a través de todo ese dolor y ese sufrimiento se encuentre la excusa adecuada para tratar de una manera poco ortodoxa de temas previamente abordados por el realizador.

La ballena (The Whale)

Si a lo largo del cuerpo de toda esta opinión o análisis personal me he centrado tanto en Charlie tiene que ser por un motivo en especial, y es que como bien se adelantaba en el primer párrafo, el don que tiene Aronofsky como director de actores es sublime, pues la interpretación de Brendan Fraser queda grabada en la retina. No solo por todo el trabajo de su transformación física ni por las capas de maquillaje que lo rodean en todo momento, sino por la mera expresividad de sus ojos, dos pequeñas ventanas cristalinas a su alma que transmiten el dolor y arrepentimiento a lo largo de toda la película y como a pesar de todos los reveses que le ha dado la vida todavía encuentra energía para ser el personaje más optimista de todo el elenco entre ese maremágnum de tinieblas, un hombre que tan solo está buscando una pequeña redención. Aunque no se puede obviar el trabajo de otros miembros del reparto, especialmente los de Hong Chau y Sadie Sink, dos contrapuntos muy diferentes a Charlie, capaces a sacar lo mejor y lo peor de él con relaciones igualmente complicadas pero que complementan al protagonista, aportándole muchos más matices.

En resumen, a pesar de la cierta fama provocadora que se ha granjeado Aronofsky a lo largo de los años, puede que aun siendo complejo, se trate de uno de sus trabajos más sencillos hasta la fecha. Y que aun en su sencillez es capaz de generar debate, poner su nombre en el mapa y remover estómagos, algo al alcance de unos pocos.

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