Sound of Metal
Llegado el último mes del año, toca hacer balance sobre lo que han dado de sí los últimos doce meses. También es la última oportunidad de saldar deudas pendientes o de descubrir alguna pequeña joya que pueda haberse pasado por alto. Si a ello se le suman las ganas de quedarse en casa debido a las bajas temperaturas, da la sensación de que las plataformas de contenidos audiovisuales ponen toda la carne en el asador con películas o series que por lo menos resultan llamativas. Y la película de hoy merece toda la visibilidad que se le pueda dar. Se trata de Sound of Metal.
Ruben es un batería de un grupo punk junto a su novia Lou. Ambos llevan una vida por carretera bastante normal, o al menos eso parece hasta que Ruben comienza a perder su capacidad auditiva. El médico insiste en que la pérdida de audición irá a más, y Ruben deberá luchar por elegir entre adaptarse a una nueva vida o ver si todavía tiene una posibilidad de revertir los efectos.
A pesar de lo que pueda señalar el título, la música es tan solo un detonante episódico para hablar de lo verdaderamente importante de la película, que no es otra que la pérdida de un sentido vital, y más tratándose de un músico con todo el dolor que supone. Y sorprendentemente, un aspecto positivo para tener en cuenta es que no se limita a ser un melodrama sobre superación que busque la lágrima fácil. En el segundo acto se nota muchísimo tacto y cierta empatía por acercar al propio Ruben y a los espectadores a lo que supone vivir con una diversidad funcional, incidiendo en el mensaje tan válido de que no hay nada que arreglar, tan solo hay que adaptarse a ello mentalmente además de que por muy perdido o solo que uno crea estar lo más probable es que siempre haya alguien dispuesto a ayudar.
A nivel visual la cinta cumple con todo lo que se podría esperar del cine independiente. Un gran uso de cámara en mano, un ritmo más pausado, conversaciones sobre asuntos mundanos que se vuelven interesantes y planos secuencias sencillos centrados en los sentimientos de los personajes. Y a pesar de que la relativa calma envuelve a la película, las escenas de conciertos transmiten muy bien toda la energía y el frenesí a través de un montaje más rápido.
Aunque donde verdaderamente destaca el filme es en el apartado auditivo. Si el montaje de sonido en Un lugar tranquilo potenciaba los silencios, y los ruidos eran equivalentes a peligro y tensión, en este caso el sonido es un clavo ardiendo al que aferrarse en el caso de su protagonista. A través del muy inteligente montaje de sonido se puede apreciar cómo percibe el mundo Ruben con una nueva condición. Cómo se entrecortan las palabras, cómo se puede confundir lo que dice alguien, cómo los sonidos que llegan son a causa de vibraciones en ciertos objetos o cómo hay frecuencias cada vez más molestas a medida que su condición va empeorando. Es igualmente inteligente el contraste que se hace entre la nueva percepción que tiene Ruben de su entorno y la percepción de alguien sin ninguna clase de diversidad funcional, reflejando que uno no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde.
Riz Ahmed cumple con nota altísima el trabajo que tiene delante. Es muy sencillo mirar su rostro y comprender por lo que está pasando. Su negación, su dolor, su rabia o su determinación a no dejar que ese contratiempo le afecte tanto, por mencionar solo algunas de sus emociones. Hay muchos matices en su interpretación de Ruben que durante la mayor parte del metraje es muy contenida, con algún que otro comprensible estallido, pero generalmente es sutil y no le hace falta más que unos simples gestos o una cierta candencia en la voz para sentir toda su aflicción. Y aunque sin duda su conflicto es el más jugoso y el motor que pone en marcha la trama, los personajes de Olivia Cooke como Lou y de Paul Raci como el nuevo guía de Ruben funcionan muy bien como contrapunto dramático y emocional además de merecer los mismos elogios. La primera por ser su pareja y tener que cargar de forma inevitable con la noticia, y el segundo en su rol de padre espiritual que con unas pocas escenas consigue dejar su impronta.
Como último apunte, al huir de ciertos tópicos de película de superación, la cinta está lejos de ser predecible hasta el último momento, manejando muy bien un delicado equilibrio entre lo trágico y lo reconfortante. Y la última escena, sin entrar mucho en el terreno de los spoilers, deja con la pregunta sobre qué era mejor, si la decisión tomada o la condición.