La chica de la fábrica de cerillas
Tras adentrarme en la filmografía de Aki Kaurismäki con Fallen Leaves y El otro lado de la esperanza, mi intención de seguir buceando en su particular universo y cosmovisión ha seguido creciendo. E indagando sobre sus películas, especialmente entre sus primeros trabajos, la de hoy es posiblemente la que me llamaba más la atención. Por lo que si más dilación, decidí adentrarme en ella.
Iris es una joven solitaria que tiene un trabajo muy monótono en una fábrica de cerillas y es la principal, por no decir la única, proveedora de su familia. Tras su jornada laboral vuelve a su casa en un parque industrial con una madre que no le otorga ni una muestra de cariño y con un padrastro que la maltrata. El único escapismo que tiene Iris en su vida es salir a bailar por las noches tratando de encontrar pareja, pero nunca tiene la suerte de que alguien la saque a bailar. Al menos hasta ahora.
Si uno ya está familiarizado con las inquietudes temáticas de Kaurismäki, sabrá que las penurias de clase trabajadora son el motor de la mayoría de sus cintas. Por ello no es de extrañar que el director finlandés decida comenzar el filme con todo el proceso de fabricación de las cerillas, un proceso que a primera vista puede resultar fascinante pero para alguien expuesto a la misma cadena de montaje de forma diaria, a un trabajo tan rutinario y lleno de máquinas, llega a resultar deshumanizador, siendo una mísera parte de los engranajes de la gran cadena y así lo refleja su mirada cansada y sus ojos grandes como si estuvieran disociando de su trabajo. Por supuesto, la forma que tiene Kaurismäki para hacer que esa rutina y esa depresión se sienta en todo su esplendor es a través de planos fijos, con una duración ligeramente más larga de la habitual, con una paleta de colores muy gris en consonancia con todo ese ambiente industrial y unos escasos diálogos por parte de los personajes.
Por supuesto, la vida de Iris tras salir del trabajo tampoco es de color de rosas: Sus padres parecen estar absorbidos por las noticias que salen de la tele en cuanto al contexto internacional como meros espectadores pasivos mientras Iris es la que se parte el lomo para llegar a fin de mes sin permitirse grandes lujos más allá de salir a bailar por la noche. Kaurismäki podría haber creado un contraste entre esa vida diurna y el terreno nocturno en el que se mueve Iris, pero como suele ser habitual por parte del director, el ambiente festivo es un karaoke o cabaret decadente, con canciones propias de Finlandia que se mueven entre lo trágico y lo cómico, ponen más de manifiesto la tempestad silenciosa que atraviesan sus protagonistas y donde ese espacio sirve como un lugar para que Iris trate de liberarse, o de permitirse soñar durante un rato.
Haciendo a un lado el estilo del director, es innegable que tiene un don para narrar una historia muy sencilla en poco más de una hora, cargada de matices sobre el abandono de un país a su clase trabajadora, de los sueños frustrados de la misma, de los pequeños detalles que mantienen a flote una existencia desgraciada y el sorprendente pero no tan sorprendente giro que toma la historia, fruto de la frustración que sufre Iris, y que Kaurismäki maneja con la precisión de un cirujano para sorpresa y deleite de todos, dando lugar a una historia bien compacta, donde no falta ni sobra nada y desembocando en un cierre agridulce en perfecta consonancia con el tono construido, aunque en esta ocasión no hay lugar para la comedia.
Pese a que la película cuente con algunos personajes secundarios grises como el entorno, quien lleva la cinta sobre sus hombros es Iris a través de Kati Outinen. Es con diferencia el personaje más memorable del filme y también el más expresivo a través de sus grandes ojos y su llamativo físico, que gracias a ellos se puede ver cuando esta feliz y se atreve a sonreír, cuando se rompe a llorar por algo inofensivo, como mantiene la fachada de aparente calma en su trabajo, el empeño que tiene una vez ha conocido a Aarne y la perturbadora calma con la que lleva a cabo sus acciones en el tercer acto.
En resumen, se trata de una película que muestra las mayores virtudes de su director a la hora de contar historias y es un perfecto ejemplo de su cenit creativo y narrativo.