La Mirada del Silencio
En 1965 Indonesia vivió uno de los episodios más oscuros de su historia. El genocidio que siguió al golpe de estado militar, se cobró la vida de alrededor de un millón de personas que, con la excusa de ser comunistas (término pervertido hasta la extenuación), fueron torturados y asesinados de las maneras más crueles que alguien se pueda imaginar. Los ecos de aquel horror siguen resonando hoy en día en la vida de gran parte de su población civil y La Mirada del Silencio ilustra con imágenes este daño y sufrimiento irreparable, 50 años después. Nominado esta temporada a los premios Oscars como mejor documental, es la dolorosa continuación de The Act of Killing, del director Joshua Oppenheimer, película de 2012 en la que los asesinos rehacían, como si de los héroes de una película se tratase, las atrocidades de las que fueron responsables y quienes hoy en día no sólo siguen en el poder, sino que se pasean por las calles de aquellos pueblos y aldeas que masacraron como si fueran estrellas de cine.
En La Mirada del Silencio el director pone la lupa sobre una de tantas víctimas, lo que ayuda mucho más si cabe al espectador a identificarse con tan terrible situación. Somos testigos a través de los ojos de Adi, hermano pequeño de uno de los asesinados por estos escuadrones de la muerte, de cómo aquello afectó no solo a una sociedad, sino a unos padres que aún tienen que vivir puerta con puerta con los asesinos de su hijo. Y es en estos momentos, en los que vemos a sus ancianos padres (esa madre luchadora y ese padre ya senil), donde muchas veces el director nos da un respiro y encuentra sitio para la ternura y el sentido del humor. El documental intercala las entrevistas que el propio Adi mantiene con los asesinos de su hermano, con el visionado de pequeños fragmentos en vídeo que enseñan cómo los verdugos se regodean y enorgullecen de las torturas que infligieron a Ramli y a tantos otros. El reportaje, al igual que su predecesor, considera que no hay otra forma de contar esta historia y no escatima en crudeza, el director quiere a toda costa que el mundo sea consciente del horror que vivieron estas familias y del dolor que todavía se palpa en esta sociedad, una sociedad en la que los niños son adoctrinados desde las aulas de los colegios de Primaria en contra de los comunistas y donde los profesores no se cortan en contar barbaridades a críos de 8 años como si un comunista fuera un ser diabólico que les va a sacar los ojos a la mínima de cambio.
Pero no solo eso, Oppenheimer quiere mostrar también cómo alguien es capaz de dejarse llevar por un salvajismo tan absoluto que no se puede entender (salvo que haya sido alimentado por la más completas de las ignorancias), cómo se puede disfrutar así con la tortura de otra persona, con infligir el más terrible de los daños físicos y psicológicos a otro ser humano. La sorpresa y la incredulidad inundan en muchas ocasiones la mirada de Adi, incapaz de entender que los asesinos no sientan ni el más mínimo remordimiento y sean incluso capaces de seguir amenazándole (sigue siendo comunista, si no dejas de hablar del pasado seguro que volverá a ocurrir, le dicen en alguna ocasión), unido a que sus familiares no hagan otra cosa que mirar hacia otro lado. Si algo se puede destacar de este hombre es su total valentía al enfrentarse a los verdugos de su hermano y poner en peligro su propia vida, sin ninguna intención de tomar represalias, sino simplemente usando una conversación para poder entender e intentar reparar, al fin, el daño infligido.
Valiente documental por parte de un cineasta que no quiere cerrar los ojos ante una realidad espantosa y de un protagonista, muy a su pesar, que pone en peligro su vida para sacar a la luz una herida que ni mucho menos está cerrada. Esperemos que el viaje haya servido para algo.