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La mujer de Tchaikovsky

Hablar de Rusia como país en cualquier momento de la historia es tratar de abordar un gigante inabarcable repleto de luces y sombras; un terreno, un pueblo y una cultura que fascina a muchos y repugna a otros tantos. Precisamente en cuanto a cultura, independientemente de la opinión que pueda generarle a cada a uno, el país de mayor extensión del mundo ha dejado a su paso un legado cultural en casi todos los ámbitos de incalculable valor. Entre sus nombre más conocidos no se puede obviar el de Pyotr Ilich Tchaikovsky, y quien mejor que el realizador Kirill Serebrennikov para hacer una tarea excelente a la hora de tratar al celebre compositor y hacer una radiografía del país como solo él podía hacer.

Ambientada a finales del siglo XIX entre San Petersburgo y Moscú, la historia sigue a Antonina Miliukova, una joven que se enamora perdidamente del compositor Tchaikovsky. Antonina está a dispuesta todo con tal de contraer matrimonio con el compositor. Tchaikovsky acaba aceptando la proposición, pero no por los motivos que Antonina creía en un primer momento. A medida que van transcurriendo los meses como matrimonio, la relación entre ambos se va volviendo más tensa hasta el punto de que Antonina termina perdiendo la cabeza.

La forma que tiene la película de comenzar es toda una declaración de intenciones: estableciendo un pequeño contexto social del insignificante papel de la mujer en la Rusia de finales del XIX, la apariencia tan sombría del país y la situación en cuestión y por supuesto, un halo de surrealismo tan característico del cine de Serebrennikov que casa perfectamente con el estado mental de Antonina Miliukova, presentando al espectador todo lo que debe saber en el prólogo. Y es que al igual que hacia el realizador con Leto y la aclamada figura de Viktor Tsoi, la cinta no está centrada en hacer un biopic al uso del compositor de El cascanueces o El lago de los cisnes o de su proceso creativo, sino que prefiere que a través de la figura de Antonina se pueda tener otro vistazo a su figura, un vistazo donde cabe la crítica social, el revisionismo de la historia, el surrealismo, la oscuridad y la sugestión.

La mujer de Tchaikovsky

Se suele decir que lo que mal empieza mal acaba, y la unión de Antonina y Pyotr no es la excepción a la regla. Desde el principio se ve que ella siente una atracción irrefrenable por el celebre compositor. Sin embargo, se generan dudas sobre si esa atracción es tan descarnada con fundamentos o si por el contrario es un gran billete para salir de su opresivo entorno familiar y en especial del seno de su arisca madre. En el caso de él, se ve claramente que Antonina es un medio para lograr un fin, que no es otro que el de acallar temporalmente unas habladurías más o menos infundadas sobre la sexualidad que más adelante se revelarán como verdaderas. Tchaikovsky es muy claro desde el inicio sobre sus intenciones respecto al matrimonio entre ambos, sus condiciones están sobre la mesa con una frialdad pasmosa, unas condiciones que Antonina debido a su juventud y su deseo acepta sin ser del todo consciente de lo que ese trato entre ambos supone y que terminará llevándola por el camino de la amargura, acentuado más por toda esa paleta de colores tan sombría que más que cinematográfica se asemeja más a la pintura y el leitmotiv de la mosca que siempre parece estar rondando las habitaciones donde se halla Antonina y que culturalmente se asocia con malos presagios.

¨Los hombres son egoístas, ignoran el sufrimiento ajeno¨

Con esa fórmula para el desastre, no es de extrañar que a lo largo de todo el metraje el espectador sea testigo de la caída en desgracia de Antonina, una espiral de locura que parece no tener fin y que o bien por su determinación como mujer para algunos y su falta de amor propio para otros se va agravando con el paso del tiempo. Una decadencia que cuesta distinguir por momentos qué es real y que es fruto de la frustración de Antonina, dando lugar a escenas tan brillantes como la secuencia final o a algunas algo más innecesarias que incluso podría catalogarse de gratuitas o directamente ridículas. No debería olvidarme de elogiar el trabajo de todo el departamento artístico, ya que con la dirección artística, el vestuario y la fotografía uno se siente trasladado al 100% a esa Rusia de la época zarista tan deprimente en forma y contenido, así como nuevamente al magnífico trabajo de conjunción entre dirección y montaje que sabe encontrar el equilibrio adecuado entre narrar el paso del tiempo e introducir al público en el estado mental de Antonina con unas transiciones sutiles pero efectivas.

Y por supuesto, tenía que dejar lo mejor para el final, que no es otra que la interpretación de Alyona Mikhailova. Que si bien es cierto que por el enfoque que se le da de mujer sufrida por culpa de un genio que no encajaba con la sociedad de su tiempo, la actriz lleva todo el peso de la película sobre sus hombros, manteniendo ese enorme reto con una dignidad sobresaliente, transparente con los estados de ánimo de su personaje en cada fotograma: desde la ilusión inicial del temprano enamoramiento, la desesperación por tratar de salvar su matrimonio y su honor en el nudo y la absoluta e inquietante insensibilidad final cuando ya ha tocado fondo.

La cinta no está exenta de debate sobre el rol de la mujer, la figura de Tchaikovsky como genio y si su carácter le permitía sobrepasar ciertos límites, sobre si la sociedad rusa no es plenamente consciente de los tesoros creativos que guarda como personas, maltratándolos hasta que ya es demasiado tarde y sus obras son reconocidas de manera póstuma y sobre un sinfín de detalles más donde cada espectador sacará sus conclusiones internas. Pero desde luego que su visionado merece la pena para replantearse estas cuestiones tan estimulantes.

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