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Lamb - Crítica de la película

Una vez pasada la última edición del Festival de Sitges y si las circunstancias lo permiten, siempre me gusta echar la vista atrás para comprobar cuáles han sido las películas que más han dado que hablar o cuales han sido las que finalmente han logrado alzarse con los galardones del palmarés, por lo que hoy toca hablar un poco de la cuanto menos peculiar cinta que ha conseguido el premio a mejor película.: Lamb.

María e Ingvar son una pareja de ganaderos que viven en su casa aislados en medio de una zona rural islandesa. Un día descubren un misterioso recién nacido y deciden adoptarlo y criarlo como si fuera suyo, formando una alegre familia sin saber que esta decisión acabará brindándoles consecuencias.

Una vez leído el planteamiento, lo más seguro es que cualquiera se piense que el filme más que una historia de fantasía o de terror es un drama familiar. Y lo cierto es que durante la mayor parte del metraje este es el núcleo de la historia, donde la pérdida de un ser querido, el aislamiento inherente al que está sometido el matrimonio protagonista y el vasto pero hostil territorio son los elementos clave; pero también se van dejando ver retazos de terror psicológico y de suspense cocidos a fuego lento que recuerdan de forma inevitable a la serie Servant, de modo que en un ambiente cotidiano acaba creándose una sensación de inquietud con muy pocos elementos donde el espectador no sabe cómo, cuándo ni por donde va a salir el golpe, pero es consciente que cuando aparezca caerá arrasándolo todo a su paso.

Uno de los mejores aspectos que tiene la película es el cómo hace partícipe al espectador de lo que está sucediendo con la llegada del misterioso bebé. Al igual que en la mencionada serie, la opción fácil sería limitarse a un estudio de personajes que no están dispuestos a asumir el dolor de una pérdida familiar y su sistema psicológico ha optado por una manera poco ortodoxa pero en cierta forma válida de mitigar ese dolor, entrando en un juego de roles que cuanto más se alarga más difícil resulta salir de él. Sin embargo, con la llegada de agentes externos a este nuevo núcleo familiar que más pronto que tarde también parecen caer rendidos a los encantos de la misteriosa criatura (y con mucha razón, ya que el bebé hace que sea muy fácil encariñarse con él), a uno no le queda más remedio que pensar si son ellos los que están en lo cierto y es el propio cerebro el que está jugando una mala pasada.

Lamb

Como no podía ser de otra manera, todo el ambiente rural refuerza esa atmósfera densa e introspectiva propia de los países nórdicos que le sienta como un guante a la película, haciendo que los diálogos entre personajes sean escasos y las palabras que intercambian las justas y necesarias, que toda esa naturaleza resulte indómita y los seres humanos, o más bien los seres vivos, resulten insignificantes en comparación; donde el adverso clima se siente como advertencia de que por muy mal que esté todo siempre puede ponerse peor y donde habitan criaturas mitológicas que tal vez sería mejor no saber de su existencia, similar a lo que sucedía en Border, poniendo de manifiesto una vez más la simbiosis entre el ser humano y la naturaleza. Pero además de la atmósfera tan gris que se crea, al mismo tiempo hay un aire de cotidianidad y un poco de humor que no hace más que darle una capa de surrealismo a la historia, dejando que los acontecimientos trascurran con una aparente naturalidad hasta que algo la perturba.

Con un ritmo tan pausado, una escasa comunicación entre personajes y un todavía más escaso número de personajes, no es de extrañar que gran parte del peso de la cinta lo lleven los actores. En especial Noomi Rapace como María, quien con sus silencios y su lenguaje no verbal hace que resulte muy sencillo entender su dolor como madre y porqué se aferra al bebé de la forma en la que lo hace.

En resumen, se trata de un cuento bizarro que por su ritmo en ocasiones demasiado lento puede espantar a más de uno por no tratarse de una película de fantasía ni de terror al uso, pero que ciertamente deviene en una experiencia desconcertante.

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