El live action de Lilo y Stitch ha superado la taquilla de los 408,5 millones de dólares. ¿Sorprendente? Puede que sí, puede que no. Depende de qué esperes de una adaptación como esta.
La película vuelve a contar la historia de una niña hawaiana solitaria y un extraterrestre fugitivo que, por esas vueltas del destino, termina ayudándola a recomponer su rota familia. La fórmula sigue funcionando. Sencilla, efectiva, para toda la familia y sin demasiadas pretensiones.
Detrás de cámaras encontramos a Dean Fleischer-Camp, director que viene de una propuesta mucho más indie y peculiar como Marcel, la concha con zapatos, de A24. Un salto curioso, desde luego, pero parece que ha sabido adaptarse al engranaje Disney.
Sinceramente, nunca he considerado esta saga como una de las mejores propuestas de la compañía. Ni por argumento ni por el nivel de animación original, y esta versión en imagen real tampoco eleva demasiado la apuesta. Sin embargo, no se puede negar que el trabajo de CGI y efectos visuales está bien ejecutado. Se ve limpia, cuidada, y Stitch conserva ese encanto extraño entre lo adorable y lo caótico.
Me sigue sorprendiendo la cálida recepción del público. Pero tal vez tenga que ver con que hoy día muchos espectadores no buscan historias complejas ni representaciones arriesgadas. A veces solo quieren algo tan simple como una niña que se encariña con un extraterrestre. Y eso es justo lo que obtienen.
Además, nadie ha cambiado la raza, el género o la nacionalidad de Lilo. Tampoco hay rastro de “wokeismo”, lo que sin duda ha sumado puntos entre el público más tradicional.
La debutante Maia Kealoha, que interpreta a Lilo, aporta muchísima ternura. En resumen: esta Lilo y Stitch me parece correcta, algo bobalicona y sin nada nuevo que aportar. Pero las razones de su éxito están bastante claras.