Ya lo sé: debería haber empezado por aquí, pero bueno, ya sabes cómo van estas cosas. Por fin le doy su sitio a Los Elfkins (Die Heinzels – Rückkehr der Heinzelmännchen, 2020), dirigida por Ute von Münchow-Pohl y con guion de Jan Strathmann, esa cinta alemana de animación que me hace pensar que el pastel tiene más juego que muchas películas de sobremesa.
Sinopsis de Los Elfkins
Después de dos siglos escondidos bajo tierra huyendo de humanos “ingratos”, los Elfkins (Helvi, Kipp y Butz) deciden salir al mundo superior. Allí, un entrañable y gruñón pastelero, Theo, les recuerda que su propósito siempre fue ayudar a los demás. Helvi, con buen corazón, pone en marcha una aventura dulce y solidaria, como si ‘Ratatouille’ se hubiera topado con un cuento de la abuela.
Análisis (más o menos) de la película
Los personajes parecen hechos de mazapán: suaves, redondeados y de colores que dan ganas de lamer la pantalla (sin intención literal, eh). La animación es sencilla, sin florituras, pero con esa elegancia hogareña que compite bien con los villancicos de Disney, sin aspavientos, pero con calidez.
Von Münchow-Pohl adapta de forma eficaz un viejo cuento de los Heinzelmännchen: no revoluciona la leyenda, pero la traslada con gracia al siglo XXI. Strathmann construye un guion sin mayores sobresaltos, pero que sabe equilibrar humor blanco, valores compartidos y una moraleja amable.

Helvi es una heroína imperfecta que derrite corazones o, como mínimo, las suelas de los zapatos con su ingenio torpe. Theo, el pastelero, no es villano, pero sí ese adulto cansado que necesita un empujón y eso lo hace entrañable. Lo mejor: ninguno es perfecto, lo que hace que te caigan bien incluso si no eres niño.
Humor ligero y familiar, golpeado con algún gag visual y escena musical que recuerda a los dibujos animados más clásica. La trama es tan pastel como su universo, pero tiene alma: habla de trabajo, generosidad, imaginación y reconciliación. Eso sí, no esperes sorpresas; si juegas con expectativas, este es el equivalente emocional de una galleta de mantequilla.
¿Y por qué esta ternura nos importa?
Ves Los Elfkins y algo se remueve: esa idea de dedicar tu talento a algo bonito, de trabajar por los demás, de reconciliar familias o ideas anticuadas con esperanza. Más allá de que la animación no sea Pixar, lo bonito es cómo la historia conforta. Hace que recuerde los días de infancia cuando una película no necesitaba explosiones para ser mágica. Y aunque a los adultos nos vaya la intensidad, hay cine que habla en susurros y vale la pena escucharlo.
Los Elfkins no es redonda ni memorable, pero sí amable y honesta. Es como una merienda improvisada en otoño: sencilla, cálida, y si tienes nostalgia, te encanta. Una buena entrada en la saga y una prueba de que la animación europea también sabe poner en pantalla ese “acierto sin pretensiones”.












