Los miserables (2019)
En una categoría de mejor película extranjera (ahora renombrada mejor película internacional) en los Oscars con unas contrincantes de la talla de Parásitos o Dolor y gloria que parecen haber opacado cualquier atisbo de competencia, es momento de poner el foco en la nada desdeñable candidata francesa: Los miserables. Desde su victoria ex aequo en el jurado del Festival de Cannes, la película se las ha arreglado en su camino para seguir obteniendo menciones y galardones hasta este momento culmen.
Stephane es un novato en la Brigada de Lucha contra la Delincuencia de Montfermeil, un suburbio al este de París en el que conviven las clases más desfavorecidas de la sociedad, así como diversas etnias y nacionalidades. Sus compañeros para esta tarea son Chris y Gwada, dos oficiales veteranos que emplean métodos poco ortodoxos en el barrio.
La secuencia prólogo de la cinta es una declaración de intenciones mediante imágenes muy poderosas. Gente de todas las edades y distintas razas unidos por un motivo de celebración común: el fútbol. En este tipo de ocasiones, no importa la procedencia, pues todo el mundo puede agruparse en torno a una bandera, a sus colores o a un símbolo concreto y el sentimiento de unidad prácticamente surge solo. Pero no es más que un pequeño oasis, pues cuando ese pequeño momento de hermandad y euforia termina, la realidad es distinta. Tras ese pequeño paréntesis, comienza el relato del debutante Ladj Ly, retratando el barrio en el que creció y exponiendo con naturalidad a la gente que lo habita con una lente propia de un documental, pero en la que la tensión y el nervio están latentes desde el minuto uno.
A través de los ojos del recién llegado Stephane, se le va presentando al público a la gente de Montfermeil, recorriendo sus calles, adentrándose en sus rincones, llamando a los portales y visitando los lugares comunes. Aunque sea muy notable el uso de cámara en mano tan adecuado para transmitir esa sensación de agobio en la que apenas hay momento para el descanso y que en cualquier momento todo se puede tornar muy violento, el director salvo con una excepción, no señala a los personajes con maniqueísmos, sino que queda en manos del espectador decidir su posicionamiento, algo no tan sencillo ya que se muestran varias aristas de los personajes y hay una predominancia de los grises morales.
Hay que señalar también que pese a su indudable apoyo en la cámara estilo documental muy heredada de los policiales y thrillers americanos más “sucios”, es bastante meritorio el uso que hace con drones, dándole un nuevo punto de vista al suburbio parisino, empequeñeciendo a los personajes en comparación con su entorno y lo más llamativo de todo, siendo un elemento diegético que acaba siendo clave para toda la trama funcionando de forma más que notable.
Con un título como el que toma prestado la película, es inevitable pensar si está justificado o se trata de un mero recurso para captar la atención. Aquí se puede apreciar el germen de lo que Victor Hugo narraba en su famosa obra, tanto si uno es experto en la materia como si no: Desigualdades sociales, debates sobre lo que está bien y lo que está mal, un amplio abanico de personajes y un fuerte carácter combativo, resultando en una radiografía de la sociedad francesa que, al establecer los paralelismos, tampoco es que resulte muy diferente pese a la distancia entre un siglo y otro. Y el nexo entre esta cinta y la novela se puede hallar con facilidad en los disturbios del otoño de 2005 en los barrios periféricos de la ciudad, unos sucesos que su director vivió muy de cerca y que sirve de inspiración para esta historia.
Algunos podrán recriminarle que no se posicione claramente entre un grupo u otro o que el ritmo no deje capacidad de reposo, o incluso el final tan ambiguo que tiene, pero considero que es una decisión valiente confiar en el espectador para que ser forme sus juicios, excepto con el personaje de Chris. Pese a que tanto los agentes como los habitantes del suburbio se enfrenten a unos conflictos difíciles, Chris sí se muestra como un personaje unidimensional, incluso llegando a un punto en el que parece caricaturesco. Él y el mensaje en el epílogo son los dos únicos flecos desdibujados en los que el director parece no confiar en el espectador y le obliga a posicionarse, o más bien a recalcar su mensaje de manera innecesaria. Finalmente, tras ver la película, la duda sigue en el aire: ¿Tienen solución los problemas que se plantean, o es algo tan arraigado a la misma sociedad que está destinado a repetir un ciclo sin fin?