Los que se quedan
Ciertamente es un aspecto muy positivo que conforme van pasando los años van surgiendo cada vez más directores con una visión muy particular y unos temas concretos que comprenden la totalidad de su filmografía, los que más pronto que tarde serán llamados autores. Y como no podía ser de otra manera, entre estos nuevos nombres el enfoque de sus inquietudes es muy contemporáneo. Pero, ¿qué hay de esos autores con un sello más clásico? Siguen teniendo su hueco, como es el caso de Alexander Payne, un director que quizás tenga tanto grandes películas como cintas más olvidables, pero cuando da en la diana acierta de pleno.
Paul Hunham es un anticuado y cascarrabias profesor de historia en un prestigioso internado para varones. Durante la Navidad de 1970 se ve obligado a hacerse cargo de aquellos jóvenes que, por diferentes circunstancias, no pueden pasar las festividades con sus familias. Entre aquellos desafortunados se encuentra Angus, un adolescente con buenos resultados académicos pero comportamiento problemático y Mary, la jefa de cocina de la institución que recientemente ha perdido a su hijo en la guerra de Vietnam. Al no tener más remedio que compartir la estadía, estas tres personas con nada en común más allá de haberse quedado atrás formarán un vínculo tan sorprendente como improbable.
Si ya de por sí la sinopsis invita a pensar que se está ante una feel good movie con el añadido de transcurrir durante la Navidad, al comenzar la película quedan claras las intenciones de Alexander Payne por ese aire clásico. Desde el logo más antiguo de Universal, la composición de los créditos iniciales y finales, el uso tan peculiar que hace de los planos generales así como del montaje y de los zooms, el lenguaje y el slang que emplean los personajes y las referencias culturales para determinar el marco espacio temporal queda la sensación de que directamente se trata de una cinta de los años 70. Es encomiable la tarea del director y de los departamentos artísticos de ambientación, pues está cuidada hasta el más mínimo detalle. Tanto que en ocasiones puede parecer que el único objetivo era lograr un filme que emanara de esa época concreta más que de contar una historia propia.
Pero esas dudas quedan disipadas una vez comienza la presentación de los personajes, quienes van a ser la clave del relato debido a los diferentes traumas que llevan consigo. Esta exploración de cada uno de ellos se va dando gradualmente, de modo que todos tienen escenas que los hacen destacar y resulta agridulce verlos abrirse en canal ante el resto de personajes “abandonados” entre sí y ante el público. No seré yo quien diga que se trata de un minucioso estudio de personajes con varios estratos de profundidad. No, son personajes que se han visto en un millar de ocasiones, pero como a lo largo del metraje se sienten tan humanos y están tan en consonancia con el aura de relato clásico de la película en su envoltorio que otra cosa sería pedirle peras al olmo.
Y lo que en el primer acto puede dar señales de querer jugar a El club de los poetas muertos o a El club de los cinco, una vez cruzado el ecuador de la cinta demuestra que tan solo se necesita de un reducido reparto y un internado vacío para contar una gran historia como otras tantas de marginados que acaban acercándose en las situaciones más adversas. Para esto Payne junto con el guionista David Hemingson demuestran un gran manejo de los tonos cómico y dramático, navegando de uno a otro con gran maestría (aunque no siempre la transición de uno a otro es del todo acertada o fluida) haciendo que los espectadores se cuestionen en más de una ocasión si están ante una tierna comedia navideña de personajes con sus momentos más emotivos o si por el contrario se trata de un drama de personajes con instantes de chispa donde la luz brilla. Dependerá si se quiere ver el vaso medio lleno o medio vacío, pues ambas respuestas son correctas.
Y evidentemente, un filme dedicado en exclusiva a sus personajes no sería nada sin sus actores, especialmente cuando se los ve tan compenetrados y con una camaradería tan especial. Empezando por un enorme Paul Giamatti y su profesor Hunham, un hombre chapado a la antigua, sumamente exigente que parece pertenecer a otra época pero que de sus valores y su forma de ser hay muchas enseñanzas en los momentos clave, un Dominic Sessa que pese a su juventud y condición de neófito en el mundo de la actuación mantiene el tipo como el rebelde y carismático Angus sin achantarse ante sus compañeros de reparto; y por supuesto una secundaria robaescenas de lujo como es Da’vine Joy Randolph como Mary, en muchas ocasiones el nexo entre Paul y Angus pero con una historia detrás lo suficientemente interesante como para hacer de ella un personaje con sus propios conflictos.
Al final no importa tanto como espectador cuantas veces se haya visto un argumento similar, pues si la voluntad del director, del guión y de los actores ofrece cualquier tipo de confort ya hay un gran motivo de peso por el que estas películas siguen siendo tan efectivas. Y cuando están tan bien hechas sientan igual de bien que un abrazo que no se puede rechazar.