A pesar de no estar presentes este año en la Mostra que dio inicio el pasado 27 de agosto, tuvimos la gran oportunidad de ver una de las películas que tienen su estreno mundial dentro del marco del festival en la categoría Orizzonti, donde se nos muestra películas de un cine experimental y novedoso. En este caso, fue la maravillosa película “Lost Land” (HARÀ WATAN) que se traduce en “Tierra Perdida”, del director japonés Akio Fujimoto. La conmovedora historia es sobre hermanos rohinyás en busca de su familia, con un elenco completamente rohinyá en la primera película narrativa en este idioma. Con esto quiero decir que no es un documental ni enteramente una ficción. Una película narrativa es cuando existe un guión, una historia inventada abstraída de hechos reales.
Los rohinyás son una minoría étnica musulmana originaria del estado de Rajine, en el oeste de Myanmar (Birmania), quienes no son reconocidos como ciudadanos por parte del gobierno y se les considera inmigrantes dentro de su propio país. Debido a esto, los rohinyás han sufrido discriminación, persecución y violencia sistemática durante décadas.

Fujimoto lleva muchos años trabajando en Birmania, y debido a esto, por mucho tiempo se mantuvo conscientemente apartado de este tema para evitar que su opinión afectara su trabajo en el país, hasta que decidió que es algo de lo que hay que hablar, sin miedo y sin tabues.
La experiencia de ser un inmigrante es siempre dura, llegar a un país totalmente desconocido y rehacer una vida es para valientes, pero ser extranjero dentro de tu propio país debe ser simplemente aterrador. La manera en que se nos lleva de la mano en esta historia es sublime. Sus personajes parten de la realidad de saberse inmigrantes en un país que los vio nacer, sus actuaciones son auténticas y desgarradoras, sobre todo la de los personajes principales, los pequeños hermanos quienes juntos atraviesan tierra y mar para llegar a Malasia y encontrarse con un tío a quien no han visto nunca, en una casa a la que nunca han ido. En el camino, van dejando atrás otros familiares y personas que embarcaron este viaje juntos y no es más que la cruel realidad que se vive en tantas partes del mundo por parte de quienes simplemente quieren un futuro mejor.
Durante toda la película no pude evitar pensar que mientras estaba yo allí, junto con otros periodistas, y que próximamente el mundo la verá desde la comodidad de la una gran sala de cine, estas personas están día a día luchando por sobrevivir. Estas personas (y muchas otras, véase venezolanos tratando de escapar del régimen dictador de Maduro), a diario se enfrentan a la naturaleza a veces demasiado cruel cuando intentan pasar por ríos, mares y montañas, para llegar a un destino, un destino desconocido que con suerte los llevará a la libertad tan anhelada. Esto, por supuesto, si logran llegar a él, pero para ellos, nada puede ser peor que quedarse donde están. Y lo entiendo.

Un árbol de mango es el oasis para estos chicos, quienes solo saben que frente a la casa de su tío, hay una. Es todo lo que saben, es todo lo que buscan. Llegar a ella es el objetivo, y no descansaran para lograrlo. El instinto de supervivencia y el deseo más visceral de llegar a esta planta, son los motores que llevarán a estos chicos en una aventura tierna, porque se le ve desde sus ojos, pero al mismo tiempo cruel, y real. Tan real.
Los rohinyás son un pueblo apátrida que lucha por su reconocimiento y derechos humanos. Vale la pena documentarse sobre este pueblo, lo cual es una gran telaraña que con cada información se va haciendo más y más grande, ya que estas personas son una pequeña muestra de la real cantidad de gente que pasa actualmente por lo mismo, mientras yo escribo estas líneas desde la comodidad de mi casa, y mientras tú, quizás, la has visto desde el maravilloso y gran festival de cine Internacional de Venecia.












