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Las madres más icónicas del cine (y no todas te harían la cena)

Las madres más icónicas del cine y las series no son solo un rol secundario que aparece para servir la merienda o echar la bronca desde el fondo del plano. A veces son el corazón emocional de la historia, otras veces el alma negra que la revienta desde dentro. En cualquier caso, pocas figuras son tan poliédricas —y tan explotadas narrativamente— como la madre. Y claro, como en la vida real, las hay que te abrigan el alma… y las hay que te la congelan.

Empecemos por lo clásico. Si hablamos de amor maternal incondicional, imposible no acordarse de Molly Weasley. La matriarca de los Weasley es ese tipo de madre que tiene un jersey para cada ocasión y una paciencia infinita para lidiar con siete hijos, un dragón burocrático como el Ministerio de Magia, y encima un invitado extra como Harry. Pero no te equivoques: cuando se trata de proteger a los suyos, es capaz de enfrentarse a Bellatrix Lestrange con un “¡Not my daughter, you bitch!” que ya forma parte de la historia del cine. Madre gallina con instinto asesino. Qué combinación.

Pero no todas las madres mágicas son tan cálidas. En el otro extremo del espectro tenemos a la madre de Carrie, esa fanática religiosa obsesionada con la pureza que convierte la adolescencia en una penitencia perpetua. Es la pesadilla freudiana con forma de mujer, y su presencia es tan opresiva que casi da más miedo que los poderes telequinéticos de su hija. Si Molly es el hogar, la madre de Carrie es el infierno con delantal.

Y hablando de infiernos domésticos, no podemos ignorar a Toni Collette en Hereditary. Porque si hay algo peor que una madre con secretos, es una madre con traumas multigeneracionales, una casa embrujada y un árbol genealógico que parece dibujado por Satanás en una tarde de ocio. Su interpretación es tan desquiciante como brutal. Lo que en otro universo sería una madre abnegada, aquí es un reloj de arena que cuenta los segundos hasta que todo explote. Y vaya si explota.

Manuela de Todo sobre mi madre

El cine español también ha dejado madres para el recuerdo. Manuela, la protagonista de Todo sobre mi madre, es probablemente una de las representaciones más tiernas y complejas que hemos tenido. Es madre por vocación, incluso cuando ya no tiene a su hijo. Su capacidad de reconstruir la maternidad en otros vínculos, con otras personas, es de una humanidad que desarma. Almodóvar ha hecho del tema maternal una religión, pero es aquí donde su sermón alcanza el éxtasis emocional.

Claro que si hablamos de madres españolas que no se cortan un pelo, hay que sacar a La Veneno. En la serie homónima, la figura materna (en este caso, más bien su ausencia de afecto) se convierte en el origen de todas las heridas. Una madre incapaz de ver a su hija más allá del rechazo, del qué dirán. La contracara absoluta de Manuela. Porque no hay nada más devastador que una madre que no acepta, que no escucha, que no abraza. Y eso, la serie lo muestra sin piedad.

Volvamos a Hollywood para respirar un poco. Lorelai Gilmore, en Las chicas Gilmore, es probablemente el sueño húmedo de la madre idealizada por Netflix: irónica, joven, amiga de su hija, adicta al café y a las referencias pop. Pero su encanto reside precisamente en su imperfección. No siempre acierta, no siempre tiene la respuesta, y a veces se mete en más líos que su hija. Y sin embargo, es ahí donde se cuela la autenticidad: en que la maternidad también es ensayo y error.

Error fue, claramente, permitir que Norma Bates criara a su hijo sin supervisión. Aunque claro, cuando te conviertes en parte del decorado del motel, quizá el problema ya ha escalado demasiado. La madre de Psicosis es el paradigma del vínculo enfermizo llevado al extremo, y aunque no tenga muchos minutos en pantalla (por razones evidentes), su sombra lo llena todo. Literalmente. De hecho, cuando alguien dice “madre sobreprotectora”, Hitchcock se sigue frotando las manos.

Sarah Connor, una de las madres más icónicas del cine

Y si de protección hablamos, pocas como Sarah Connor. Lo de madre coraje se queda corto. Esta mujer no solo cría a su hijo: lo entrena para sobrevivir al apocalipsis. Su evolución entre Terminator y Terminator 2 es uno de los arcos más brutales del cine: pasa de camarera asustada a guerrera curtida, de madre vulnerable a profeta armada. Y todo por su hijo. El instinto maternal convertido en escopeta de repetición.

Más cerca en el tiempo, y mucho más real, tenemos a Laia Costa en Cinco lobitos, una película que desmonta las capas de la maternidad sin dramatismos excesivos ni edulcorantes. La madre que intenta hacerlo bien, que se desborda, que no puede más pero sigue. Cine íntimo, sencillo, pero que clava cada puñalada emocional con precisión quirúrgica. Porque a veces, lo más duro de ser madre no es criar a alguien… sino dejar de ser una misma.

Y para cerrar el círculo, volvamos a las madres que desarman y reconstruyen. Nora, la madre de Fleabag, ni siquiera aparece físicamente, pero está en cada plano, en cada palabra no dicha. Su ausencia es un personaje más. Es la figura fantasmal que lo condiciona todo, que pesa más por lo que no hizo que por lo que hizo. Porque las madres también marcan por lo que callan, por lo que no estuvieron, por el hueco que dejaron.

Las madres del cine y las series son muchas cosas: abrazo, amenaza, sacrificio, espejo, sombra, escudo. A veces nos recuerdan a la nuestra, otras veces a todo lo opuesto. Pero todas ellas, de alguna manera, nos han enseñado algo. Aunque solo sea a mirar con otros ojos esa frase de “madre no hay más que una”. Porque, por suerte (o por terror), el cine siempre encuentra otra.

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