My fair lady
Hoy vamos a tocar, nunca mejor dicho, un género que en la actualidad ha caído en el olvido salvo en contadas excepciones. Se trata del musical.
Un americano en París, Funny face, Gigi o Siete novias para siete hermanos, son sólo algunos de los títulos que han engrandecido a este género, odiado por unos y amado por otros.
Grandes historias, generalmente románticas, que según los detractores padecen una grave interrupción del ritmo cuando los personajes empiezan a saltar y a bailar por la calle como si nada. En medio de una conversación empiezan a cantar y parece que hayan perdido la cabeza. Cierto es que en algunas ocasiones el tema de la pérdida de ritmo es bastante acertado pero, dejándose uno llevar, la magia y el ensueño que la imagen nos ofrece todo se hace más llevadero. Hay algunos musicales en los que los números no conducen a nada que no sea la espectacularidad de los bailes y coreografías, un buen ejemplo podrían ser las películas de Fred Astaire en las que los números eran un maravilloso lucimiento del bailarín pero poco aportaban a la historia. Otras, en cambio, tienen todo su sentido de ser dentro de la música. Jacques Demy y su deliciosa Los paraguas de Cherburgo o Lars Von Trier y el impactante drama Bailar en la oscuridad, son claro ejemplo de ello.
Hay un tercer grupo que queda a medio camino entre los dos anteriores. Por un lado se desarrolla la historia digamos que con una puesta en escena “normal” y de vez en cuando aparecen los números músicales para reforzar ciertos aspectos, ya sean de los personajes como del argumento. En este tercer grupo tenemos a la película que hoy nos ocupa, My Fair Lady.
Dirigida en 1964 por George Cukor e interpretada por Audrey Hepburn y Rex Harrison, la película que es una adaptación del Pigmalion de G.B. Shaw, se hizo con ocho estatuillas de la Academia.
El argumento cuenta como un engreído y misógino profesor acepta el reto de recoger de la calle a una pobre florista y educarla de modo que pueda ser considerada un auténtico miembro de la alta sociedad londinense.
Maravillosas resultan las interpretaciones de los dos actores protagonistas, que si bien es cierto que la química no surge entre ellos, su reconocida maestría logra que este detalle se pase por alto. Divertida, entretenida y dulce resulta la historia de estos dos seres que, aunque en un principio no tengan nada que ver, no pueden evitar sentirse atraídos el uno por el otro. Un espectacular vestuario que deja boquiabierto a cualquiera. Sobre todo los que podemos ver en la escena de la carrera de caballos en Ascot. Sombreros imposibles, modelos más imposibles aún llevados por la más alta alcurnia de la sociedad.
My fair lady es un gran musical, entretenido y visualmente muy atractivo que hace que valga la pena disfrutar sus casi tres horas de duración.
[…] Siete novias para siete hermanos, Un americano en Paris, West Side Story, Sombrero de copa, My fair lady, ejemplos más cercanos como Grease o mas personales […]